Las lenguas cooficiales han entrado en el Senado permitiendo prera vez a sus señorías que utilicen el catalán, euskera, gallego y valenciano en sus discursos en el pleno. Hasta ahora sólo se permitía en el debate del estado de las autonomías y en las sesiones de la comisión de las comunidades autónomas, pero desde ya, los senadores pueden seguir las intervenciones gracias a un sistema de traducción sultánea y pinganillos instalados en sus escaños. El servicio, con siete traductores, costará 12.000 euros pleno: unos 250.000 euros al año, más los 100.000 euros de la traducción que ya se prestaba en comisión. Siempre he defendido que los medios de comunicación debemos proyectar a la sociedad una agen de cordura, sentido común y responsabilidad, puesto que contribuos a la creación de opinión y a la formación de la conciencia crítica de quienes nos leen, ven o escuchan. Pero ante caminos tan surrealistas como el que ha decidido emprender el Senado con la ocurrencia del plurilingüismo, he pasado con asombrosa facilidad del sonrojo al bochorno y de la indiferencia que tradicionalmente me han provocado las tediosas sesiones del Senado a la estupefacción el esperpento en que se ha convertido la Cámara Alta. Hago soberanos esfuerzos para intentar que mi sentido de la responsabilidad no nuble mi sentido común y me pida expresarme con la mesura con que cada semana me asomo a esta página, que lo que me pide el cuerpo es liarme la manta a la cabeza y echarme al monte en una llamada a la rebelión ciudadana y a la insumisión fiscal. Como español me siento profundamente avergonzado, decepcionado y cabreado que el dinero de mis puestos se utilice para sufragar la becilidad de tener que utilizar traducción sultánea para que los senadores puedan entenderse, pues se ve que en el idioma común son incapaces de hacerlo. En tiempo de crisis y de necesaria austeridad, de dificultades para la mayoría de los españoles, gastar 350.000 euros en esta patochada es una inmoralidad. Que se lo pregunten a los que les han retirado las ayudas de 450 euros con la que malvivían, o a los más de cuatro millones de parados. Despilfarros como este no tienen nada que ver con la defensa de las lenguas, pues ningún idioma oficial sufre menoscabo o persecución, si acaso el castellano en Cataluña y sólo responden a otra cesión ante la presión del nacionalismo. Convertir el Senado en una torre de Babel es una burla que sólo sirve para aumentar la desafección de los ciudadanos hacia los políticos.
Alberto Castillo
Director de Gente en Madrid