Todos tenemos algún tipo de adicción, no tratemos de negarlo ni de ir de polutos autocontrolados la vida que seguramente nos desmontará en dos minutos alguien que nos conozca bien.
De los que leáis estas líneas mucho lo seréis a intet y a las redes sociales, y mil cosas más que no es preciso desvelar públicamente.
Yo padezco una adicción bastante común, extendida a todos los confines de la tierra y que se propagó cual pandemia en el pasado siglo XX: viajar.
¿Por qué viajamos tanto? Hemos sido seducidos, el que más y el que menos, esta corriente global que pulsa a millones de personas a recorrer el planeta puro ocio o escapismo. No se trata ya de los viajes de negocios que empezaron en la era del despegue económico, tampoco de las oleadas de inmigración que llevaron a millones de personas, inicialmente de Europa, hacia el continente americano. Dicho flujos continúan hoy en día, con otros protagonistas, con otras rutas.
El turismo de masas se ha convertido en una de las mayores fuerzas de la economía mundial, alcanzado en 2010 la cifra de 940 millones de visitas turísticas en todo el planeta, con una clara tendencia a mejorar en el año actual.
En España todos sabemos que nuestra economía depende del turismo de manera inexorable, más del 10% del PIB y un enorme número de puestos de trabajo. ¿Se cuida el turismo? ¿Tenemos un modelo sostenible en el nuevo panorama globalizado? ¿Se le da la tancia que merece a la formación de los profesionales del turismo? ¿Es comprensible que sigamos teniendo un tan bajo nivel de idiomas comparado con otros países mucho menos visitados?
Hay miles de preguntas y otras tantas posibles respuestas a las mismas; he escuchado en boca de personas plicadas en el sector que el modelo español necesita reinventarse y que sigue funcionando en parte la inercia del incombustible “sol y playa”.
Aparte de las necesarias reformas y mejoras que nuestro sector debe acometer, ¿ qué viajamos tanto? En estos tiempos de recortes el turista español, siempre menos viajero y más pobre que los europeos del norte, ha decidido volverse más casero y quedarse la tierra. Sin embargo, viajar a lugares exóticos y distantes suele ser una de las fantasías e ilusiones más mencionadas las personas cuando se les encuesta sobre sus sueños realizables. ¿Qué nos empuja tanto a viajar? ¿Es adictivo hacer las maletas, echar el cerrojo a la puerta y partir?
Durante milenios la gente viajó en busca de una vida mejor, de éxitos económicos, huyendo de persecuciones religiosas mientras que hoy en día ha habido un cisma y aunque muchos lo siguen haciendo estos mismos motivos, cientos de millones splemente viajan para conocer otros lugares.
Estoy convencido de que esta moda social consolidada incluye un cierto componente de adicción y compulsión. Yo mismo tuve temadas donde siempre que podía me subía a un avión con un afán desmedido recorrer otros países y cambiar radicalmente de aires.
¿Está estudiado el fenómeno?
He buscado información y no he encontrado nada al respecto pero estoy seguro de que hay personas que no pueden dejar de viajar, que se ven pulsadas al trasiego viajero dentro de lo que sus posibilidades les permiten.
Resulta evidente que dicha adicción viajera es propia de países desarrollados, en cuanto el nivel económico permite ocio y desahogo parece que toca viajar. Rusia y China son exponentes de estas oleadas de “turistas” noveles que trotan y fotografían los caminos ya transitados millones de turistas occidentales.
¿Es el turismo una fuerza para cambiar el mundo? ¿Una especie de Caballo de Troya contra los prejuicios que nos llevan consumiendo milenios? ¿O tan sólo mero escapismo dentro del voraz consumo global?
Sean cuales sean las causas y los efectos secundarios del “engache viajero”, parece constatable que este existe y que ha llegado para quedarse y extenderse todos los continentes.
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