Asesinatos como el de Kennedy o el de John Lennon, hasta casos mucho más actuales como el cren de Rocío Wanninkhoff o el de Asunta, hacen que nos planteemos una cuestión: ¿son obra de psicópatas condicionados el entorno o tenemos todos un pulso ‘homicida’ en nuestro interior? Entre otras hipótesis, se habla de alteraciones a nivel cerebral disfunciones frontales. Pero solo son eso: hipótesis. La ciencia no tiene la respuesta para esta pregunta. No existe un estudio con base científica que sostenga la existencia de un gen asesino. Sin embargo, tampoco hay evidencia de que no lo haya.
‘Nadie merece morir, pero hay algunos que no merecen vivir’. Este es el adagio que profesa Dexter para justificar sus asesinatos a sangre fría; un pensamiento que seguramente ha planeado nuestra mente cuando juzgamos casos de homicidio y asesinato. Sin embargo, el protagonista de la exitosa serie de televisión no es considerado un frío y calculador asesino.
Su padre adoptivo descubre en él un instinto asesino posible de evitar, lo que decide educarlo atándole un código moral de actuación enfocado a perseguir y elinar exclusivamente a asesinos que habían conseguido eludir la acción de la Justicia. ‘El código de Harry’ le causará auténtico rechazo a la hora de perjudicar a ‘inocentes’. Este mecanismo y el matiz de culpabilidad selectiva en sus actos de agresión consiguen que sus homicidios sean percibidos con cierta comprensión, rozando la heroicidad. El mismo Dexter se pregunta: ‘¿Soy una buena persona haciendo cosas malas… o una mala persona haciendo cosas buenas?’.
El psicólogo José María Caballero, especialista en Psicología Clínica y profesor de posgrado de Psicopatología Forense, desentraña en OndaSaludable los entresijos de la dinámica mental de los asesinos. El experto señala que la agresividad es un instinto. ‘Nacemos con la capacidad para desarrollar agresividad que es un mecanismo defensivo en toda regla. El que no tiene capacidad para desarrollar agresividad, evolutivamente no sobrevive. Sin embargo, existen patologías o trastornos que desvirtúan el instinto de supervivencia de la agresividad y lo trasforman en violencia’.
‘Las cosas en nuestro cerebro se pueden agitar o combinar’, recuerda el psicólogo. A este respecto, señala dos tipos de agresividad: ‘la agresividad sin culpa que encontramos en los trastornos psicosociales, y otra perversión mucho más enrevesada: el trastorno sádico’. Con respecto a este últo concepto, el especialista comenta el grado de desconfiguración del funcionamiento de la mente: ‘El sádico no es que le guste agredir, sino que goza de verdad. Hay sujetos que han tenido orgasmos mientras mataban a alguien’.
Desde su dilatada experiencia en Psicología Crinológica, el experto insiste en la tancia de dilucidar si, con respecto a alguna acción, se es capaz de frenar ese pulso. Descubre una característica que tiñe el mayor centaje de crímenes: el móvil. Sin embargo, advierte que ‘hay un aspecto mucho más profundo, que excede lo que se entiende como móvil’: la motivación; y, según comenta, ‘es lo que puede inclinar a matar’, aunque ‘tampoco sabemos de dónde subyace’.
En base a esta afirmación, argumenta ‘¿Por qué no va a existir una línea de desarrollo en la que existan disposiciones depredadoras? Yo estoy convencido de que sí existen y puede que no todas ellas se deban al aprendizaje. Es más que probable que, a través de la evolución, se hayan depositado en las personas factores que determinen ciertas inclinaciones’.
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