La muerte de un ser querido pone al ser humano en contacto con su propia fragilidad interior. Es un doloroso aconteciento cuya superación precisa fuerza de voluntad e plica un tiempo de adaptación. Sin embargo, lo que sobrepasa los límites del precableado de nuestra mente es el duelo la muerte de un hijo, un cataclismo cuya terapia ‘está encaminada a lo más complejo y extraordinario que puede hacer un tratamiento: crear’.
Cuando se trata de una muerte contra natura, ‘tenemos que crear una nueva persona y un nuevo mundo para esa persona’, indica José María Caballero, especialista en Psicología Clínica y profesor de posgrado de Psicopatología Forense. El experto reconoce que las fases de duelo son comunes a todos los seres humanos, pero califica de ‘apisonadora emocional’ el efecto que produce en los padres la muerte de cualquiera de sus descendientes.
En su intervención en Onda Saludable, el experto explica que, es la naturaleza del vínculo la que nos lleva a padecer el sufriento la muerte. ‘Hay un desarrollo teórico con todos los visos de ser cierto que dice que nuestra capacidad para vincularnos de una manera tan extrema se debe a nuestra capacidad para andar con dos pies’.
El psicólogo se remite a los anales de la evolución humana: ‘El hecho de mantenernos erguidos nos dio una ventaja gigantesca con respecto al resto de los anales, pero conllevó a que la pelvis tuviera que estrecharse y, con ella, el canal del parto’, un conducto el que dejó de caber ‘nuestra cabeza’. ¿Qué solución dio la evolución a ese problema? Nacer prematuros. ‘Todos nacemos prematuros. Tendríamos que permanecer un año más en el vientre de la madre y poder caber el canal del parto para poder equipararnos a los anales que nada más nacer salen corriendo’, comenta el psicólogo.
‘A nosotros, la evolución nos ha tenido que dotar de otro software que evite que nuestra madre nos abandone. Ese instinto maternal de vincular de manera extraordinaria es lo que ha permitido que sobrevivamos. Ese es el origen de que el vínculo sea tan grande, el hecho de que la madre sea incluso capaz de dar su vida su hijo’, asegura.
José María Caballero remarca que, en general, el objetivo de las terapias es ‘recuperar el sentido premórbido’ del paciente, es decir, la medida con la que un individuo fue capaz de cumplir con sus expectativas antes del comienzo de la enfermedad. Sin embargo, lamenta que este objetivo es ‘pensable’ con las personas que han perdido hijos: ‘Esas personas han sido destruidas’. En estos casos, los profesionales tienen la tarea de conocer la vida del hijo a través del padre: ‘No nos interesa cómo fue el hijo, nos interesa cómo es el hijo dentro de la mente de esa persona’.
Definido de manera rápida, subraya que ‘esta terapia no está encaminada a curar, no está encaminada a sanar, no está encaminada a enseñar. Está encaminada a lo más complejo y extraordinario que puede hacer una terapia: está encaminada a crear’. Y reconoce que es ‘un viaje apasionante desde el punto de vista terapéutico’.
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