La callada sabiduría de la gente de la calle, del pueblo en el más amplio y noble sentido de la palabra, ha sido la fuente, el medio y el mensaje. Los llamados medios de masas, los principales destinatarios y receptores para su eco. La clase política, en general, los representadores, algunos fingidos y los más sinceros, de un dolor las varias muertes de Adolfo Suárez.
Porque el político murió, o más propiamente, lo mataron, hace treinta años, con la densión de su obra incomprendida cuando no vilipendiada. Pocos medios, entonces, rompieron lanzas en reconociento del paso a un régen de libertades que costó a Suárez grandes sacrificios personales. Lo moderno era echarse en brazos del cambio. La gente, que quería mucho al político abulense, tampoco apostó él y el CDS no tuvo papel alguno en la nueva escena política. ‘Queredme un poco menos y votadme más’, dijo en cierta ocasión, no sin cierto tono de decepción. No hubo en esta ocasión mensajes de condolencia. Sólo la instalación en una democracia declinante que comenzó lentamente a pervertir el espíritu de concordia y libertad. El pueblo no dijo nada y siguió dando legitidad democrática al arrullo de los medios de comunicación convertidos en el oscuro objeto de deseo de todos los poderes.
Volvió a morir Suárez con la muerte de su memoria, en él y en los medios, tras las trágicas peripecias de su destino. ¿Nada que recordar? Lo cierto, además de su Alzheer, fue un largo destierro de ausencia y de silencio de su obra política. Ni los nostálgicos periodistas, inmersos de un modo u otro en los avatares de la Transición, caímos en la cuenta, sólo descuidados repetidores de efemérides de acontecientos siempre históricos: las preras elecciones democráticas, la proclamación de la Constitución, el 23 F. El tiempo transcurría inexorable y no dábamos los suficientes mensajes de esperanza para reforzar los nobles valores del ejercicio de la política, el servicio a los ciudadanos, la transparencia, el propósito de concordia.
Hasta que el pasado domingo la muerte física del prer presidente de la democracia sacudió la memoria colectiva y, sobre todo, la conciencia de la sociedad española. De la gente de la calle, en colas kilométricas, he oído los más bellos titulares, los más certeros mensajes. También los medios y los políticos han caído en la cuenta de la tante pérdida de un hombre sin recuerdos propios, pero que era el recuerdo vivo y desmemoriado de un gran sueño dorado de la inmensa mayoría de los españoles. Paradojas del destino, el símbolo para todos de una memoria colectiva de concordia y reconciliación de las dos Españas para que ninguna de ellas pudiera helar el corazón de ningún españolito que venga al mundo.
Nadie tan querido como el ausente, nada tan deseado como lo que se ha perdido. Este viejo aforismo, unido al irresistible influjo para los españoles de los catafalcos y los loores a los muertos, explican también la resurrección del verdadero fervor popular la figura política de Adolfo Suárez. Y, aunque en todo fervor siempre suele haber atisbos de desmesura, llama poderosamente la atención cómo personas mayores que vivieron la época y muchos jóvenes de otras generaciones que han interiorizado, vía de relato próxo o aséptico descubriento académico, la densión del hombre y de su obra, han recuperado una conciencia colectiva que estaba desaparecida.
La comunicación es, etológicamente, hacer común, compartición de información, de conociento y acercamiento en las ideas, para estar en acuerdo o en desacuerdo, pero para examinarlas y valorarlas conjuntamente. Adolfo Suárez practicó esta obligada disciplina del buen político con sus adversarios y sus aliados en la actividad pública, e hizo posible, con margen de libertad más que suficiente, que los grandes comunicadores de la época la practicaran también. Especialmente en la televisión de entonces, que era, al decir de sus opositores políticos, la mejor y la peor televisión de España, que era la única: cien cien del share. Mérito añadido de quien había sido antes director general de TVE y que, su conociento y dominio de este medio, hubiera podido instrumentalizar en su provecho. No lo hizo, pues fue practicante apasionado del diálogo, que le resultó más provechoso que la posición. Comprendió el alcance y la tancia de los medios, también que sufrió sus efectos, e hizo empeño personal del destierro legal de viejos frenos y mordazas, tanto que pulsó con pasión que en el texto constitucional quedara reflejado, con el atributo de fundamental, el derecho de los ciudadanos a emitir y recibir información veraz cualquier medio de difusión.
‘Surge una pausa llena de silencio decía el poeta Rainer María Rilke en sus Cartas a un Joven Poeta y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de él y calla’. En la cola de espera para acceder al Salón de los Pasos Perdidos (que nunca los dados para honrar a Adolfo Suárez se consideren una pérdida) una señora, una ciudadana con tres horas de paciencia bajo el frío rompía este silencio y desgranaba las muchas cualidades del hombre y del político a quien quería presentar sus respetos: generosidad, prudencia, sacrificio, diálogo para la concordia y la convivencia…No sé si se me olvida alguna, pero el cierre a su pequeña explicación fue tan sencillo como rotundo: ‘A ver si esto no se olvida y los de ahora siguen su ejemplo’. ¿Mensaje recibido?
Ramón Almendros, director de Estudio de Comunicación.