En la Tierra a viernes, noviembre 22, 2024

Cuando todo sale mal, ¡Maldita sea!

Imagina que tienes que hacer la presentación de tu vida, en tu empresa. Te juegas mucho en el envite. No te queda más remedio que hacerlo bien; mejor dicho, muy bien. Tienes que presionar. Y te empiezas a poner nervioso pensando en todo lo que te juegas al día siguiente.

Lo cierto es que no deberías estar excesivamente preocupado, si acaso algo tenso la responsabilidad, pero nada más.

Ya has elegido hasta la ropa que vas a llevar. Si eres chico un traje tradicional, con corbata roja, para que tu comunicación no verbal transmita fuerza, coraje y potencia. Si eres chica también te pones algo rojo y evitas el vestido y usas pantalón. Aunque esto de los colores va en gustos.

 

Está todo listo, nada puede salir mal. Te has preparado a conciencia esa presentación. La has ensayado más de cincuenta veces. Algunos de tus colegas se han reído de lo lindo a tu costa y en tu cara que piensan que te has pasado con tanto ensayo. Tú, sin embargo, no has hecho caso y has seguido a lo tuyo, que la ocasión lo merece.

 

Llega el día de la presentación. Es a prera hora de la mañana, a eso de las diez. Tardas quince minutos en llegar al lugar desde casa y, como quieres estar allí con tiempo suficiente, sales una hora antes. Te despides de los niños que están desayunando y como saben que es un día tante te comen a besos y abrazos.

 

Coges tu maletín y sales corriendo. Llegas con tiempo más que suficiente. Estáis tú y el apuntador, es decir, el informático que prepara todo para que puedas hacer tu presentación.

Decides dar una vuelta el escenario para ver cómo está, que a ti te gusta moverte. Una presentación sentado y detrás de una mesa quita mucha fuerza y tú lo sabes. Mientras paseas el escenario… ¡maldita sea! Te das cuenta de que tienes la chaqueta manchada. Tus hijos con tanto cariño y tanto abrazo te han dejado los restos de sus besos y del Cola Cao en la ropa. ¡Menudo disgusto! ¡Y ahora qué hago!

 

Tranquilízate, te quitas la chaqueta y como llevas una camisa que no está manchada, haces tu trabajo como si nada. En el caso de las chicas es más sencillo, pero si se trata de un chico, hacer una presentación con traje y corbata sin chaqueta puede quedar algo raro.

 

Así que decides pedir una chaqueta prestada a un compañero que seguro que la encuentras en la sala, y de tu talla.

 

El informático te pide que le pases el pendrive con la documentación para cargarla. Buscas y rebuscas en tu maletín y no la encuentras. De nuevo, ¡maldita sea! ¿Dónde la habré dejado? Recuerdas que ayer estuviste haciendo un cambio de últa hora y dejaste el pendrive en el tátil. Era la últa versión. Y si fuera poco tampoco tienes los papeles presos con la presentación para seguir el guion.

 

La cosa se empieza a poner fea, ¿eh? Ya solo te falta que, como eres chica y llevas tacones, se te rompa un tacón. Y se te rompe, ¡maldita sea! Y ahora ¿qué?

 

No puedes andar el escenario con un tacón sí y un tacón no, sin chaqueta y sin presentación. ‘Creo que lo mejor será que sule un desmayo y que me lleven al hospital y así paso el trance sin que se den cuenta de cómo he metido la pata hasta el fondo’. Vale, es una solución, pero no es tu solución.

 

Con los tacones puedes hacer dos cosas, romper el otro para igualarlo –lo que no sé si será muy práctico– o ir al coche, que está a medio minuto de la sala y coger esas zapatillas que siempre llevas para conducir. ¡Pero cómo voy a dar una charla en zapatillas! Bueno, que lo prero es dar esa charla y luego lo otro. Y, además, no creo que nadie se percate.

 

‘¡Sí, vale, pero sigo sin tener la presentación ni los papeles para seguir el guion!’. Sí, eso es cierto, creo que deberías pegarte un tiro. O quizá recordar las risas y burlas de tus compañeros que te pasabas el día preparando esa exposición, más de cincuenta veces. Vamos, que te la sabes de memoria. No te hace falta guion ni nada.

 

Y tú, que no eres cobarde decides seguir adelante. Cuando llega la hora, splemente explicas que no hay powerpoint que lo tante es lo que vas a transmitir y lo que el auditorio te va a transmitir a ti. Así, de una debilidad has hecho virtud. El auditorio pensará que qué maja es esta chica, o qué majo es este chico, que en vez de poner tediosas diapositivas piensa en los que escuchan.

 

Claro que en la presentación había gráficos y tú tienes que hablar sobre el tema. No ta, habla sobre ello y cuando tengas que referirte a un gráfico hazlo de forma genérica y diles que podrías haberles traído veinte gráficos para ponérselos pero que no has querido hacerlo respeto a ellos. Con esto te los vas a meter en el bolsillo; nadie tiene qué enterarse que nada de lo que tenías preparado te ha salido bien.

 

Durante tu charla cuentas algunas anécdotas, cosas que ocurren cotidianamente en la empresa y que a todos les interesa que han vivido situaciones silares o relacionadas con lo que estás contando. Sin comerlo ni beberlo, has logrado llegar a su corazón.

 

¿Qué he querido transmitirte con todo esto? Splemente que la ley de Murphy existe, que si algo puede salir bien saldrá mal y que si algo puede salir mal saldrá peor. Claro, que saldrá peor si tú no haces nada frente a los contratiempos, si te acobardas que no tienes la presentación ni los papeles.

Si decides que sin ese apoyo no puedes salir adelante fracasarás, pero si el contrario haces frente a la situación tienes muchas papeletas para salir triunfante, seguro. Y solo dos razones, que eres valiente y que te lo has preparado a conciencia.

 

Por muy mal que se pongan las cosas, si te lo has trabajado todo saldrá bien.

 

Es una de las leyes de oro para hablar en público: ensayar, ensayar y ensayar. Y cuando hayas terminado de ensayar, continua ensayando. Y al tal Murphy ese, que le den morcillas.

 

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