Queridísima Arancha:
En ese momento de tu existencia en el que el sufrimiento se apoderó de ti y tu libertad decidió que siendo día cayera la noche, en ese instante inesperado, o tal vez no tan inesperado, tu enorme valentía te convirtió en una admonición a la conciencia de una multitud.
A la edad fugaz de dieciséis, en ese tiempo en la que se está para soñarlo todo, dejaste por escrito lo que tu instinto de defensa te dictaba, un epitafio tan simple como rotundo y conmovedor: ‘cansada de vivir’. Ni Baudelaire que lloraba en la búsqueda de lo simple como perfecto hubiera podido igualarte en belleza e inteligencia.
He leído que estabas estigmatizada por un diagnóstico de incapacidad motriz y retraso madurativo, algo que sin duda te incitaba a enclaustrarte en ese espacio interior un tanto desordenado de tu propio mundo. También sé que en tus relaciones con los demás dejaste para ti la zozobra emocional, encerrando en un cofre de miedos toda la violencia recibida y así como en el poema lorquiano: tu corazón se fue llenando de alas rotas y flores de trapo. Un dolor cerrado a cal y canto que no quisiste compartir con unos padres cuyo norte inmediato es la subsistencia de la familia, entendiendo que ya había bastante padecimiento con la acumulación de frustraciones y modestias que la vida garantiza a la parte baja del montón. Cómo iban ellos a imaginar que la niña de su alma y su corazón…
Esa generosidad es el detalle de un amor enorme que ahora emociona el mío y el de tantos otros, que encontramos en tu suceso la denuncia del mayor fracaso de todos los que una sociedad pueda experimentar; la degradación de unos escolares que carecen de cualidades morales; crueles abusadores, bestias que avasallan, envilecen y extorsionan causando ese inmenso daño que se aloja en las entrañas del inocente para siempre.
No resulta fácil reflejar la indignación moral de la pena que me causa tu indefensión sin caer en la hojarasca del insulto. Pero no puedo evitar referirme a todos esos educadores incompetentes a los que tus padres -como en su día los míos- entregaron la educación de sus hijos. Porque me enoja hasta la enfermedad que, habiendo sido agredida en el patio del colegio, sabiendo de esa última humillación, nadie fuera capaz de proteger la delicadeza, de acariciar tus sentimientos y explicarte que la totalidad de las obras del ser humano son imperfectas, incluidas las de arte, pero eso ni rebaja, ni contradice su belleza. Que la mariposa fue crisálida, y que el sufrimiento sirve para hacernos mejores personas, para comprender el dolor de los demás y para que los elegidos alcancen a ser realmente sobresalientes; como tú.
‘Morir es ser otro’ escribió Pessoa y esa forma extrema de ejercer tu libertad te ha situado en un plano que solo los más cercanos a los dioses pueden alcanzar; eres un mágico y hermoso despertador de conciencias. Estoy convencido que en una u otra forma continúas siendo y volverás a ser.
Un beso cósmico.
Antonio de La Española