El 24M ha dejado una fotografía de profundos cambios políticos en el conjunto del estado español. La irrupción de los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, ha alterado profundamente el viejo orden bipartidista PSOE-PP que se había asentado desde mediados de los años 80 del pasado siglo. La realidad política ha pasado así de una partida básicamente a dos a otra partida a cuatro, en la que las mayorías absolutas son excepción y el acuerdo y el pacto se hacen obligados para garantizar la gobernabilidad de las instituciones. Numerosos analistas políticos y expertos en comunicación explican esta transformación y explican su éxito, entre otros factores, gracias al poder seductor de lo ‘nuevo’ frente a lo ‘viejo’. Lo nuevo, Podemos y Ciudadanos; lo viejo, el resto de las formaciones políticas que han participado en la estructuración del sistema político estatal desde la transición.
La excepción ha sido Euskadi. La Comunidad vasca muestra un comportamiento electoral notablemente diferente. Es cierto que Podemos ha irrumpido con fuerza y ha logrado convertirse en la tercera fuerza política con un 13,9% del voto emitido, superando por apenas una decima al PSE (13,8%), si bien su peso es irrelevante para la conformación de mayorías políticas y garantizar la gobernabilidad de las instituciones vascas. Ciudadanos, por su parte, no existe tras el 24M en Euskadi, con un escaso 2,1% del voto emitido y sin representación institucional. En el caso vasco, lo denominado como “viejo” ha superado claramente a lo “nuevo”. El PNV, con un 33,8% del voto total, ha ganado con claridad las elecciones a gran distancia sobre EHBildu (22,7%). Además, el acuerdo marco de gobernabilidad firmado por el PNV con el PSE tras las elecciones, le va a permitir al PNV gobernar las tres capitales vascas y las tres diputaciones forales, situación excepcional que no se daba desde los tiempos previos a la escisión del partido nacionalista.
Las opciones políticas clásicas (PNV, EHBildu, PSE y PP) han obtenido así el 80% del voto total, siendo el peso de los nuevos partidos emergentes del 16%. Además, las opciones del nacionalismo vasco han vuelto a revalidar una clara mayoría social. Conviene analizar con tranquilidad las razones de este comportamiento electoral, si bien apunto aquí algunas pistas: 1) la realidad política vasca de estas últimas tres décadas, si bien bajo el liderazgo continuado del PNV, ha sido multipartidista no bipartidista; 2) el modelo de gestión de las instituciones vascas ha estado basado, muy mayoritariamente e independientemente de quien haya gobernado, en clave de responsabilidad en el uso de los recursos públicos; 3) la cultura del pacto y el acuerdo ha sido eje común y obligado para la gobernabilidad de las instituciones; 4) la sociedad vasca mantiene un nivel de confianza medio-alto en las instituciones vascas; y 5) las políticas públicas, en términos globales, han combinado un mix de alineamiento con las necesidades de la ciudadanía vasca en cada momento, junto con una visión de medio y largo plazo sobre las demandas futuras.
En suma, ante el dilema español entre lo nuevo y lo viejo, en Euskadi el dilema se ha situado entre el binomio “estabilidad-certidumbre” frente a la “inestabilidad-incertidumbre”. Los resultados son claros. Conviene sacar conclusiones.