“Por sus frutos los conoceréis”. (Mateo 7.20)
Magnum opus.
¿Es obligatorio escribir? No, pero si leyesen El Intercambio Celestial de Whomba, única obra editada del concejal reubicado Guillermo Zapata, sospecharían que al autor le debieron encañonar con una semiautomática durante un par de meses para forzarle al disparate. Pues únicamente bajo la presión de la angustia se puede alcanzar semejante merma de estilo, tan evidente es el quebranto, que llega a extinguir de su prosa cualquier destello literario o lingüístico, a tal punto que el único equivalente literario que nos viene al conocimiento es un folio en blanco. Aunque tal vez, quién sabe, el propósito de este dinamitero de la espiritualidad haya sido crear una nueva forma de frustración en la especie. En cualquier caso, si este angurriento tiene la cómica pretensión de reclamarse escritor ¿quién soy yo para negarle la ilusión? Pero que sepa que la literatura es forma antes que entretenimiento, y eso que en su caso las historietas ni siquiera consiguen entretener a un meacamas. Lo que en realidad supone su intercambio celestial es la oscuridad de un firmamento devastado de estrellas: la destrucción de la luz en cincuenta capítulos. La literatura infantil y juvenil debe ser magia que obligue a las emociones y al embeleso de unas inteligencias en formación, es un elaborado juego de delicadezas para que el lector desarrolle su mente y enriquezca su sensibilidad, lo cual supone un esfuerzo reservado a intelectos muy superiores al suyo. Por sus obras los conoceréis, y tanto que sí; desde el primer renglón la obra va traspareciendo la realidad de un Guillermo Zapata a quien las limitaciones que le impuso la naturaleza conforman un ensañamiento.
“Sinaí, respondieron los sabios: es el monte en que descendió el odio (siná) de los gentiles en contra de Israel”. (Talmud Babli, Shabbat 89ª)
Persona (máscara).
Si hay algo que pone de manifiesto el asunto Zapata es la imbecilidad no razona. Si el concejal se hubiera detenido a discurrir, sabría que la imprudencia puede ser el soporte de nuestros actos y estos son los cimientos de nuestra existencia. Tengo el convencimiento de que si este subdesarrollado espiritual pensara no se habría derrotado a sí mismo escribiendo esa gilipollez de Whomba, ni se hubiera vapuleado a hostia limpia con la índole malsana de unos tuits que rivalizan entre ellos por ver cual le golpea más fuerte. Por mucho que sus amiguetes le intenten lavar la abertura terminal del tracto digestivo con programas televisivos, y columnas de opinión, su antigua y clausurada cuenta de Twitter será siempre un nuevo y abierto Sinaí: el reflejo de sus sentimientos, la crítica de un despreciador de lo humano que muestra su indiferencia ante el dolor ajeno, el concepto de humor de un cliente del retorcimiento incapaz de pensar y que actúa como siente.
Ahora que le formaron el taco, el inescrupuloso de conciencia flexible, -trabajó de guionista para engordar los bolsillos de Berlusconi- está contemplándose retrospectivamente, lamentando las consecuencias de su irremediable pasado: los chistes que justifica apelando a la libertad de expresión, al tiempo que deja patente, en un discurso aporético, su confusión de noción y práctica de la libertad, mientras da a entender que ni siquiera ha sufrido el sonrojo que impone el reconocimiento de culpa de su imbecilidad. Es un escarnecedor por más que en su actuada rueda de prensa, donde se mostró demasiado mojigato y complaciente para resultar sincero, solicitará el perdón de sus pecados. Ese día interpretó un esperpento en el que, para su perfecta escenificación, sólo le faltó la cortesía de salir tocado con la kipá, detalle que hubiera otorgado algo de simpatía a un rostro tan ingrato.
El Zapata enmascarado nos dejó la certeza de que en el infierno de Dante le tienen reservada plaza en la sexta fosa del octavo círculo. Y es que la hipocresía, como la respiración pesada, debe formar parte de su naturaleza. Consecuencia de ese fingimiento es su contradicción; si existiera verdadero arrepentimiento no se habría llegado al cinismo de acotar el asunto a una incompatibilidad cultural. El problema es de crédito personal agotado, lo que en sensatez, honradez y sinceridad obligaría (facta nom verba) a la función correctiva de la inhabilitación absoluta de quien puso su empeño en hacer de nuestro sitio un lugar de insociabilidad.
A mayor gloria y luz de la Villa y Corte, Manuela Carmena, con su sentencia de castigo y absolución, ha realizado una incompleta obra de misericordia con Madrid impidiendo que un ser, de vida y obra infinitamente mejorables, represente la identidad cultural de su ciudad; pero, también, se ha equivocado al mostrarse como una avezada maestra quita hierros, con esa falta de contundencia que amenaza convertir la Casa Consistorial en La Casa de La Manola. Nunca debería haber solicitado la “amnistía general” ni justificado la actitud de una tropa de concejales de raza irreflexiva, que, afectados de esquizofrenia política, llegaron con la boca llena de un discurso mesiánico sobre un futuro de regeneración moral, y venían con un pasado estalinista repleto de gestos intransigentes y violentos.
Lo que en verdad debería preocuparnos hasta el desánimo de lo trágico, es que resulte ineluctable esta deriva hacia un mundo que es latifundio de agitados e idiotas; tontos que reconocen la realidad de su tontería prematura, y fían a un corto paso del tiempo la quimérica potestad de haberles adjudicado sabiduría. La política imanta esta clase de mediocres, golfos abundantes de inutilidad, que hacen profesión de un principio ideológico y que son unos masca chapas que no se darían asilo a sí mismos.