‘En verano, el contacto de los ojos con el sol y el agua es mucho mayor que el resto del año, una exposición que puede implicar importantes riesgos para nuestra salud ocular derivados tanto de aspectos a priori tan inofensivos como los productos que se utilizan para desinfectar el agua de las piscinas, como de otros más serios como son los agentes infecciosos que puede haber en las propias aguas’. Así lo afirma el doctor Jesús Merayo, profesor de la Universidad de Oviedo e investigador del Instituto Universitario Fernández-Vega, quien también llama la atención sobre las aglomeraciones de personas como posibles focos de contagio y destaca la especial vulnerabilidad de los usuarios de lentes de contacto.
El contacto con productos químicos que se utilizan para desinfectar el agua, por ejemplo, de las piscinas puede provocar conjuntivitis irritativas u otras infecciones fácilmente tratables. Sin embargo, es importante tener en cuenta que toda el agua que no sea de mar, es decir, el agua dulce (estanques, lagos, ríos, piscinas…), suele contener bacterias y parásitos. ‘Uno de estos parásitos que puede estar presente incluso en el agua del grifo son las amebas. Si éstas llegan y colonizan, por ejemplo, la córnea, pueden producir queratitis amébica, una infección que se manifiesta con dolor, fotosensibilidad, inflamación del párpado, picazón en los ojos y lagrimeo y que en los casos más graves puede incluso necesitar cirugías oculares como los trasplantes o llevar a la ceguera’, explica el doctor.
Especialmente débiles antes las infecciones, alrededor del 95% de los casos de esta enfermedad se registra en personas que utilizan lentillas. ‘El ojo tiene un buen método de defensa para protegernos de las bacterias y de los parásitos. Sin embargo, las lentes de contacto modifican la superficie ocular, lo que hace que sus usuarios no estén tan bien resguardados de ellos. Si a esto sumamos el hecho de que estas personas pueden tener mínimas úlceras o erosiones, el riesgo de infección es entonces altísimo’, comenta este experto.
Por todo ello, el doctor Merayo recomienda firmemente a los 3 millones de usuarios de lentes de contacto que hay en nuestro país que se olviden de las lentillas cuando vayan a la piscina, saunas o Spas; que quienes no puedan estar sin ellas utilicen gafas de sol y de natación o buceo graduadas y que únicamente vuelvan a ponerse las lentes de contacto cuando se encuentren de nuevo en las condiciones adecuadas y siempre después haberlas lavado correctamente con las soluciones correspondientes, ‘nunca con el agua del grifo o la ducha, por ejemplo, de los vestuarios’.
La exposición directa a los rayos del sol o el reflejo de estos tanto en el agua como en la arena suponen también un importante riesgo para nuestros ojos. ‘De la misma manera que protegemos nuestra piel del sol aplicándonos crema o poniéndonos una camiseta, debemos cuidar nuestros ojos utilizando gafas con cristales adecuados que filtren la energía de alta intensidad de la luz y eviten quemaduras en la zona periocular y en la córnea (las queratitis por el sol o actínicas) o en otros tejidos como la retina (que se han descrito al mirar al sol sin protección en los eclipses)’, concluye.