En la Tierra a martes, diciembre 24, 2024

OPINIÓN: Obama

Obama

‘Los grandes bailarines no son geniales por su técnica. Son geniales por su pasión’. (Martha Graham)

Una desbocada corriente de simpatía ha generado el baile que Barack Obama se marcó en su visita a Kenia. No ha habido nadie que no le haya dedicado su aplauso o que no haya concedido un generoso cumplido al bailarín de eso que se llama ‘Lipala’; una simplicidad en suajili con la que tiró paso el presidente y que causa furor por aquellas tierras. Y no es que Obama esté purgado contra cualquier opinión o juicio que de él se haga, es que eso, la superficialidad del juicio, es precisamente lo que buscaba. En un marco perfectamente estudiado por sus asesores, después de haber lanzado un discurso regalando los oídos a la progresía, con el que denunció la corrupción, la violencia doméstica y la discriminación sexual –inmundicia que forma parte de la moral reinante en el continente africano- se apuntó un miraquiénbaila para fingir una naturalidad que le situase en la proximidad del gusto africano más elemental. Y qué mejor forma para ganarse al vulgo que danzar como hacen ellos esa música ratonera que basta con que un tonto la entone para que la cante a coro media Nairobi.

Desde una visión neutra de la figura de Obama, su baile es perfecta metáfora de lo que su persona y la política norteamericana han significado durante su mandato. Desde luego, el baile del lipala, al igual que su política, no es nada que no hayamos visto antes repetido cientos de veces; los mismos pasos de siempre para diferente música. El presidente populachero se movió en Kenia con la misma soltura y desenfado con las que olvidó su apasionada defensa de las libertades civiles cuando, tomado el poder, se apartó de su discurso ‘progresista’ acercándose hacia las posturas de la derecha republicana, lo que derritió las ilusas esperanzas depositadas en él a igual velocidad que un cubito de hielo desaparece en una hoguera. Entonces bailó del mismo modo; mirando al suelo y desplazándose lateralmente hacia las políticas de Cheney y Rumsfeld para luego rotar sobre sí mismo y quedar situado un paso más a la derecha de donde estaba al principio. A continuación un paso hacia la izquierda con la reforma sanitaria, el amago de que soy progre y vuelta a empezar; dos pasos más hacia la derecha hasta amplificar las leyes que han aumentado el poder ejecutivo y rotación spot. No ha resultado tan crudo y brutal en la forma como lo fue George W. Bush, pero el negrito que preside ‘la tierra de la libertad’ -el país donde la policía ha sustituido la práctica del tiro al blanco por la del tiro al negro- contribuye con pasión a la quiebra de valores y a la transformación hacia una sociedad orwelliana; es un Tío Tom que ha bailado, baila y bailará siempre al son que le tocan las grandes corporaciones; los mismos intereses que le han mandado de gira africana con la expectativa de firmar inmejorables acuerdos comerciales y aumentar los beneficios del negocio. Algo que, en definitiva, es para lo que subieron al negro al escenario de la Casa Blanca.

¡Tira del hilito, baila corderito!

VACACIONES

‘Nadie necesita más unas vacaciones que el que acaba de tenerlas’. (Elbert Hubbard)

Con la misma urgencia con la que los descubridores necesitaban llegar a la costa, un coche viaja desde Madrid buscando una playa del este peninsular. A bordo va una familia que ha puesto camino hacia lo bien merecido. Allá va el amor manifiesto, el amor palmario, un amor como los de antes (no en vano dura ya once años y dos partos) un amor inquebrantable dispuesto a compartir cada minuto de un mes en el que quizá recuperen la pasión perdida; quién sabe si entre tantas olas, no les bañará una ola de locura. Estas vacaciones han sido programadas con idéntica ilusión a las anteriores, van persuadidos de que las recordarán con nostalgia y felicidad. Pero no nos enredemos porque lo importante ahora es ganar la playa cuanto antes, sentir el olor del mar y su humedad; sólo cuando a todos les alcance el agua al cuello se podrán dar por comenzadas las vacaciones y así abandonarse al dolce far niente, cuando una vez más, les asalta la certeza de que la vida se muestra magnánima con quienes de verdad lo merecen.

A finales de agosto sus corazones serán como todos esos que parecen huir en desbandada del matrimonio. Es la inevitable dificultad de la vida conyugal; a ella, contra pronóstico, la habrá surgido su voluntad de independencia, y, después de echarle en cara a él todo lo que tenía acumulado en el cofre de una memoria de elefante, manifestará la determinación inquebrantable de separarse. Él, que hace tiempo que no está a la altura de la frecuencia que el amor exige al amor físico, se hará cargo de que no hay otra salida. Resultará palmario que no se soportan y no tendrán reparo en admitirlo, incluso llegarán a pensar en el tiempo que hace que se desprecian uno al otro y quién sabe, imaginará el, si ella no le denigrará en esas conversaciones infinitas que mantiene con un par de amigas. Para que todo resulte civilizado solicitarán cita a un abogado antes de volver a poner los pies en Madrid. Y serán dos más de todos esos vulgares desdichados que posibilitan que durante el mes de septiembre hagan su agosto los despachos matrimonialistas, teniendo en cuenta que en España uno de cada tres divorcios se produce en septiembre al regreso de las vacaciones.

Que contradicción, que cuando realmente les esté llegando el agua al cuello ya no habrá playa donde poder ahogarse.

Antonio de La Española

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