Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del rio Llobregat sin tener nada que hacer, cuando vio al conejo-nutria Romeva pasar por allí nadando. La niña decidió seguirle hasta su madriguera cuando, asustada, se percató que estaba en el túnel de la Independencia; un tenebroso agujero que parecía no tener fin.
Tras atravesar tan largo tobogán llegó a un claro del bosque en el que se encontró la casita de la Duquesa de Rajoy. Del otro lado del claro surgió descompuesto un sirviente llamado TV3; lacayo-pez que leyó una invitación de la Reina de Comisiones a la Duquesa de Rajoy para jugar al croquet. Alicia observó atónita que de la casita de la duquesa salían volando cajas B y blanqueos de capitales; decidió entrar. Allí se asombró al presenciar una tremenda discusión entre la duquesa, empeñada en desarreglar lo que su voluntad quería arreglar, y su cocinera Mas, empeñada en desarreglar todo lo que pudiera estar arreglado. En medio de la cocina estaba la niña Cataluña que, en brazos de la duquesa, no paraba de llorar, al tiempo que era zarandeada con violencia y recibía improperios a su parte catalanoparlante. Alicia, que ya estaba asombrada ante la actitud de la duquesa, creyó estar alucinando al observar que aquel aire estaba viciado de tráfico de influencias, con lo que casi se hacía imposible respirar. Incluso llegó a pensar que estaba delirando al comprobar que Mas también propinaba golpes a la parte de la criatura castellanoparlante, mientras no cesaba de añadir blanqueo de capitales y cohechos a una sopa boba que estaba elaborando. Entretanto, el gato capón González miraba complacido la escena igual que un artista contempla satisfecho su obra.
Cataluña fue objeto de la atención de Alicia que, a la primera oportunidad, la tomó en brazos decidiendo abandonar por patas aquella casa de locos. Pero, para su asombro, no tardó en comprobar que era difícil mantenerla acurrucada ya que la criatura había adquirido una forma extraña. A medida que caminaba se dio cuenta que Cataluña era un monstruo que se estaba transformando en cerdo, por lo que decidió dejarla libre. Luego, continuó caminando sin rumbo hasta que se topó con el gato capón González. Éste le indicó el camino a la casa del Junts pel Sí, propiedad de la liebre Junqueras, donde se participaba un té entre amigos.
La niña se encontró allí con el lirón Casals, la liebre Junqueras y la sombrerera Forcadell. Pronto se dio cuenta que aquella reunión era un disparate. Allí no hacían otra cosa que subrayar su demencia; el té del odio les arrastraba a contar mentiras, y, cargados de aviesa intención, pretendían cambiar 500 años de la historia de España. Se marchó indignada de la tortuosa reunión habiendo comprobado que las criaturas de ese mundo debían obedecer a un orden secreto inconfesable, eran maleducadas, no guardaban las formas ni trataban con educación a los demás, pasaban su tiempo amenazando a unos y prometiendo imposibles a otros.
Tras abandonar a los tres amigos descerebrados que tanto desprecio la inspiraban, Alicia encontró por fin la entrada al jardín de la Reina de Comisiones. Pronto descubrió que aquella frondosidad era cuidada por subsaharianos sin papeles que trabajan para Hidroplant, empresa propiedad de la reina, que facturaba con pingues beneficios los trabajos de parques y jardines de su propio reino. Inmediatamente después vio temblar a els segadors cuando paseando con su corte la reina comentó a voz en cuello: “los jardineros no hablan catalán, sólo saben decir buenos días, buenas tardes, dame de comer. Tienen una religión distinta y quieren que se les respete. ¡Que les corten la cabeza!”. Pero fue entonces que la reina se quedó asombrada ante la aparición de Alicia y le invitó a jugar al croquet en Andorra. La partida resultó ser un desastre porque la intención de la Ferrusola no era jugar sino acudir a una empresa financiera a exigir el secreto bancario.
Entonces, el gato capón González, que venía de su enésimo estiramiento facial, volvió a aparecer en escena dando la voz de alarma. Pero en el nou país se le despreció abiertamente y sólo le recordaron su historial de corrupción. La reina se enfadó y mandó cortarle la cabeza, lo que suscitó un gran problema ya que la corrupción se negó a decapitar la cabeza de la corrupción de su propia cabeza.
Luego de la confusión, Alicia fue enviada a ver al conseller Gordó la tortuga artificial, un ser muy llorón con cuerpo de tortuga y cabeza y extremidades de vaca que, quién sabe si por alimentar un imbécil interior que le avasallaba, pretendía nacionalizar catalán a cualquier valenciano. Entonces, en la desconcertante compañía del Grifo Iceta volvió a vivir una historia disparatada. Alicia se enfadó al entender un imposible que las langostas catalanas se cogieran de las manos para bailar la sardana, ya que tenían las pinzas ocupadas en fajos de billetes de 500 euros.
Las papeletas electorales posadas sobre su cara, como hojas caídas de un árbol, despertaron a Alicia un 27 de septiembre en la orilla del río Llobregat. Se encontraba en el lugar de donde partió. Y le contó a su hermana, tan bien como sus recuerdos lo permitían, todas las aventuras que hemos estado leyendo. Y, cuando hubo terminado, su hermana le dio un beso y le dijo:
-Realmente ha sido un sueño extraño, cariño. Pero ahora corre a merendar butifarra. Se está haciendo tarde.
Así pues, Alicia se levantó y tarareando Els Segadors salió corriendo de allí, y mientras corría no dejó de pensar en el maravilloso sueño que había tenido.