“Mírame con desprecio, verás un idiota. Mírame con admiración, verás a tu señor. Mírame con atención, te verás a ti mismo”. (Charles Manson)
Tal y como está el Partido Popular, que no encuentra ni una débil llama de esperanza para su optimismo, lo único que le faltaba era verse salpicado por la sangre del ajuste de cuentas que el irreprimible ministro de Hacienda ha producido al golpear con el bate de baseball de su verborrea las cabezas del ministro de Asuntos Exteriores, Rato, Aznar y las de los jóvenes leones de Génova a los que ha dejado reducido a gatitos.
Lo más curioso de sus dinamiteras declaraciones, es que en Montoro no se encuentra un rebelde, nada le lleva en sus declaraciones a desafiar a la cúpula -tal y como ha hecho Cayetana Álvarez de Toledo mostrando toda su conciencia de inconformidad- lo suyo es un ataque directo a unos compañeros de viaje que desprecia y que busca responsabilizar de esa debacle total que se avecina y que tiene fecha de 20 de diciembre. El ministro más odiado de España (quizá de Europa también) lo que ha hecho, amén de reivindicarse orgulloso, es, cuando nadie lo esperaba, incumplir las normas de conducta, el acuerdo tácito que rigió la convivencia en esa Rue del Percebe en B que tiene más frentes abiertos que el führer y donde entrematarse empieza a ser práctica deportiva habitual.
Un día ha tardado en calificar de “torpeza” el contenido de su entrevista -durante un seminario organizado por Financial Times- pero, después de sacar pecho e incidir en la necesidad de reducir la deuda pública, ha vuelto a pecar antes de abandonar el confesionario. Lo más tremendo que hay en él es su simulado arrepentimiento. Pues, regresando a su transparencia calculada -¡redoble de tambores por dios!- ha reincidido en violar las formas hipócritas. Pues, recapitulando sobre su entrevista, ha contado a la prensa (sotto voce con la clara intención de que ésta lo amplifique) que en el fondo no se arrepiente de nada. “Mis modestas palabras no pueden crear una crisis en el PP como se está diciendo. Hay gente que necesitaba que se dijeran estas cosas”. Así, sin adornos, sin complacencias, con la misma soltura que ordena una paralela. Y es que avisado de las palabras de Margallo, referidas a que se tomaba como una broma sus declaraciones, ha tenido la frialdad suficiente para volver a clavar los colmillos en la yugular y fijar definitivamente al de Asuntos Exteriores en la condición esclava de rehén de su propia arrogancia intelectual.
En parte tiene razón pues la crisis no la ha creado él que ya viene de largo, pero algo o mucho la acentúa su desahogo. De su desprecio por los compañeros señalados digamos que tampoco es algo nuevo; pasa factura a todos los que no entienden la gestión económica como único banderín de enganche y sobre todo a quienes en su día, susurrando en el oído de un señor de Pontevedra, lo calificaron de poco apto para el desempeño de Recaudador Mayor del Reino. Él es un individualista recalcitrante que se cepilla de un plumazo el sentimiento fingido del rollo patatero de la humanización. Montoro es el testimonio elocuente del que presume de tenerla más larga. “Esto está ahí. Podrá pasar lo que sea en diciembre, pero mi gestión se puede medir. A otros que los midan por sus palabras”.
En cuanto al derrumbe del partido, el Don Tancredo de Pontevedra en New York a lo suyo: ni está, ni se le espera. La descoordinación de la dirección nacional del partido en el caso Quiroga dando en un principio el visto bueno a la ponencia, para desautorizarla posteriormente tras las críticas, además de ser de traca y retratar a Cospedal sin Photoshop, no es otra cosa que el fiel reflejo del trote cochinero con el que se dirigen a la tablada los miembros del partido por la mitad.