En la Tierra a sábado, noviembre 23, 2024

Nicolás Maduro comienza a ser el olvido que será

Quienes piden lógica a la vida se olvidan de que es un sueño. Los sueños no tienen lógica. Esperemos a despertar. (Amado Nervo)

Después de dieciséis años de socialismo del siglo XXI, nos encontramos ante el principio del fin de otra revolución fracasada, ésta, por mor de la inmoralidad de un ser profundamente abyecto que es su máximo dirigente. El país con las mayores reservas probadas de petróleo vive inmerso en una situación de escasez de alimentos y medicinas propiciada por la inutilidad, la corrupción, la represión, la violencia asesina y un índice de criminalidad surrealista que han generado una situación económica asfixiante que ha sumido a la población en una penuria y en una deleznable calidad de vida que se vive con un indecible sufrimiento, pero que a su vez parece haber propiciado una definitiva voluntad de cambio. Estamos a dos días de que una mayoría de venezolanos muestren su inconformidad con esta barbarie y expresen el deseo de caminar hacia una vida distinta y superior, en lo que será principio del fin de un líder absoluto que no parece dar para nada más que no sea el ejercicio de un despotismo demencial que practica sin ningún sentimiento de culpa como si se tratara de un derecho natural.

Estamos a horas de que se comience a modificar esa visión sombría y desesperanzada que de su propia sociedad se ha instalado en buena parte de la ciudadanía venezolana. Una sociedad insatisfecha que desea acabar con la degradación de un país que dirige un gánster con licencia para dictar las leyes y los decretos que apetezcan a su antojo. Un criminal que ejerce el poder vertical reflejado en un régimen de fuerza que practica desde el terrorismo de estado al tráfico de estupefacientes. El amo de un régimen envilecedor que ha traicionado todos y cada uno de los principios que guiaron la revolución, y que lo único que maneja con soltura es la herramienta del miedo; sentimiento al que de uno u otro modo ha sometido a toda la sociedad: miedo a morir tiroteado, miedo a ser encarcelado tras un juicio ético y jurídicamente bochornoso y miedo a ser despojado de unos exiguos beneficios sociales, algo que atenaza a millones de parias que, viviendo hoy en estado de necesidad, en su día pusieron su esperanza en la revolución.

Porque es en la administración del terror donde radica la auténtica fuerza que mantiene vivo un movimiento que surgió con Hugo Chávez: manipulador de conciencias que llegó a alcanzar, a costa de la renta petrolera, considerables logros sociales como fueron la reducción de la pobreza, la campaña de alfabetización y la mejora de la sanidad. Un lenguaraz astuto y ambicioso que resultó un esclarecido que no tuvo reparos en el abuso de la inocencia y de la ilusión de los inquebrantables defensores de su cacareada revolución bolivariana, a los que mantuvo engañados, mientras amasaba una fortuna indecente. Pero ha bastado la caída de los precios del petróleo y dos años y medio de un poder pervertido en manos de un autobusero, para que una minoría de aquellos infelices, a los que se sumergió en la hipnosis de un sueño igualitario, se hayan desencantado a golpe de un salario mínimo que apenas alcanza 10 euros y que hace pobres a las tres cuartas partes de una población condenada a tener que matar el hambre con el consumo de artículos subsidiados.

Lo realmente paradójico es que como todas las revoluciones que en la historia han sido, el destino final de la revolución bolivariana es el rotundo fracaso de un movimiento que nació para eliminar injusticias, criminalidad y corrupción y que por el contrario las ha aumentado, mientras sus líderes, antiguos pelafustanes que ahora son clase privilegiada, en una interpretación majadera del socialismo, tienen la desfachatez de mostrarse obsesionados por la superioridad que, ellos así lo entienden, confieren los bienes materiales. En definitiva se trata de una gentuza monstruosa que dejará tras de sí un estela de sangre y chabacanería.

Fue Tomasi de Lampedusa quien, magistralmente, describió el letargo en el que vivía instalada Sicilia: “El sueño, querido Chevalley, el sueño es lo que los sicilianos quieren; ellos odiarán siempre a quien los quiera despertar”. Creo que resulta inútil preguntarnos si los venezolanos despertarán. ¡Venezuela quiere!

Antonio de La Española

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