“Nada puede hacerse sin cabeza, y el sufragio universal, tal como existe ahora, es todavía más estúpido que el derecho divino. ¡Las cosas que veréis, si ese sufragio permanece! La masa, el número, siempre es idiota. No es que yo tenga muchas convicciones, pero ésta la tengo muy arraigada.” (Gustave Flaubert)
Creo que la televisión no había vivido nada más parecido a una disputa de borrachos como el simulacro de debate “mira quién habla” entre dos candidatos que, además de tener una pobre idea de lo que debe ser un debate, representan a dos partidos que llevan la edad de Cristo instalados en la práctica del canibalismo, zampándose a dentelladas el cadáver de la democracia española ante la pasiva indiferencia de la ciudadanía. No creo que todo el tiempo transcurrido en aquella trifulca televisada -sucesión de palabras atropelladas, convertidas en juicios grotescos, y propuestas escuálidas vomitadas ante el cuerpo sin vida de un Campo Vidal convertido en gato de escayola- haya conseguido inclinar la intención de un solo voto que no pertenezca a una mente desquiciada. Es más, siendo esta inquietante y lastimosa pareja los estimulantes del voto a sus respectivos partidos, seguro que, han reforzado la idea de la abstención. Otorgar la confianza a quien su temperatura moral es el cero absoluto es tanto como extenderse un certificado de alienado; justo lo que pretenden quienes con su intervención televisiva han ilustrado la idea de entender al ciudadano como algo que no pasa de ser un número. Lo triste es que probablemente tengan razón los practicantes del abuso continuado de la promesa incumplida y la venta de humo.
La democracia española, que ha quedado reducida a un Estado de Partidos que alimenta a una clase política corrupta blindada por la impunidad que le posibilita la diseñada inexistencia de división de poderes, es un espejismo que se desvanece cuando el voto, tal y como ha quedado meridianamente demostrado en esta legislatura, no obliga a un ganador con mayoría absoluta a cumplir con la voluntad de las urnas. Aquí no se votan políticas de izquierda o derecha, socialdemócratas o liberales, sino que lo único que se decide es el reparto del botín; aritmética que ahora opera hasta la masa antisistema de anteayer; ellos, por su reciente experiencia griega, saben mejor que nadie que la verdadera política viene dictada por el Banco Central Europeo.
Y para ejemplo de la pedestre realidad que nos domina, o de la casa de putas en la que se ha convertido nuestra sociedad, destacaremos la decisión anunciada del disputado voto de Bertín Osborne, símbolo inconsciente de la lentitud, a quien si se le escuchara sin observar su fisonomía no cabría imaginarlo sin un azadón en la mano, que, probablemente como consecuencia de un golpe de vapor mientras cocinaba mejillones codo a codo con Rajoy, ha declarado haber descubierto en el presidente en funciones un ser brillante. Menos mal que el gallego únicamente lleva brillando doce años a tiempo completo como líder de la corrupción y cuatro instalado en la incoherencia de prometer y no hacer. Nunca antes fue la intención de un “artista de la pista” tan llena de significado, creo que ni los titiriteros de la ceja encarnaron mejor la destrucción de la integridad que reduce la verdad a aquello que te puede beneficiar. Con este paisanaje que, con independencia de su color, siempre va por delante a la hora de trincar, gane quien gane las elecciones, es muy poco probable que el próximo domingo cambie otra cosa en España que no sea el tiempo o el entrenador del Real Madrid.
Mientras, les remito a Shakespeare: “Votar o no votar, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la corrupción, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Votar en España es dormir.”
Antonio de La Española