Comienza el nuevo año y… ¡Siempre pasa lo mismo! Tenemos muchos propósitos de por medio y muchas ganas de llevarlos a cabo pero, al cabo de un mes, ya se nos han olvidado o ni nos acordamos de ellos. ¿Qué podemos hacer para ser fieles a ellos y ejecutarlos cómo teníamos previsto? El primer paso en el que debemos fijarnos es en declarar nuestros objetivos. Debemos hacernos la pregunta de… ¿qué cosas queremos conseguir de cara a este año nuevo?, y sobre todo, responderla. Aunque esto puede no ser suficiente. Por ello, escribir en un papel esa lista de cosas que queremos conseguir, definirlas y declararlas a otros, es el punto de partida para poder hacer de nuestro propósito inicial o buena intención un objetivo real.
Pero como nuestro histórico puede hacernos ver, con definir y declarar estos propósitos a ese entorno próximo no será suficiente. Para ello hay que concretar y especificar por dónde queremos empezar. Es decir, jerarquizar y seleccionar del listado aquel o aquellos objetivos que realmente son los más importantes, los más necesarios, los más urgentes o los que realmente nos apetece llevar a cabo o, lo que es mejor, eso que nos puede resultar más motivador o apetecible de iniciar en los próximos meses. Abarcar todos esos objetivos probablemente sea demasiado ambicioso. Por ello, empezar con uno o dos objetivos sea el mejor comienzo para no abandonar a la primera de cambio.
Una vez tengamos claro ese objetivo o ese par de objetivos a cumplir, traduciremos el propósito en uno que sea claro, específico y medible. Siempre en positivo. Se trata de traducirlo en una frase sencilla, con no más de 6-8 palabras, y con indicadores que nos permitan medir si estamos o no cumpliendo con nuestros objetivo. Por tanto, cuando tengamos definido ese primer objetivo al que queremos entregarnos en este nuevo año, deberemos garantizar que cumple con los siguientes criterios:
- Claro y específico: Definir nuestros objetivos de una manera sencilla, clara y, sobre todo, en positivo. Cuando nos los fijamos demasiado ambiguos o poco claros, nos perdemos en el camino. A veces un objetivo implica varias cosas al mismo tiempo, y al final nos supone una gran complejidad afrontarlo. Cuanto más claro sea y cuanto más acotado sea éste, más fácil será comenzar a ponerlo en marcha y menos desistiremos por el camino.
- Alcanzable: En ocasiones nos ponemos objetivos que en sí mismos, o tal cómo los definimos, son demasiado grandes, inalcanzables o complejos de alcanzar. ¿Es realista lo que me propongo hacer o es demasiado ambicioso? En estos casos redefinir los objetivos y bajarlos a la tierra nos ayuda a involucrarnos más con ellos y a no abandonarlos a la primera de cambio.
- Retador: ¿Lo que me propongo hacer es los suficientemente motivante para involucrarme en ello? ¿Tiene sentido para mí? Y lo más importante… ¿Qué beneficios me aportará conseguirlo? Si un objetivo es demasiado complejo (implica o exige dar mucho de nosotros) o resulta demasiado fácil (no nos motiva lo suficiente) pueden ser la causa por lo que desistamos y finalmente abandonemos. Plantearnos si éste nos saca de nuestra zona de confort, implica aprender, asumir nuevas formas de hacer o si por el contrario es más de lo mismo de lo que ya estoy haciendo.
- Medible: Establecer indicadores que nos permitan evaluar o medir si estamos en el buen camino, si estamos avanzando o incluso si hemos conseguido nuestro objetivo, nos ayuda a evaluar nuestro recorrido y a poder valorar la consecución de nuestros objetivos.
Una vez que tengamos nuestro objetivo bien definido, pondremos una fecha en la que deberá estar conseguido y con ayuda de nuestro ‘coach’ elaboraremos un plan de acción, a través delcual comenzar a comprometernos con pequeños pasos o acciones que pongan en marcha su consecución. Este plan de acción será nuestra ruta de viaje en la que fijaremos qué hacer, con quién, cuándo y cómo.
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