“La actividad económica está sometida al juicio moral.” (Mario Conde)
En enero de 1992 Mario Conde predicó ética ante Juan Pablo II después de que éste le dirigiera sus agradecimientos “un particular saludo al señor Mario Conde por el apoyo ofrecido al Vaticano con la organización del coloquio”. Nunca antes la vida se le había mostrado con tanto esplendor, tan seguro de sí mismo estaba el máximo representante de la “beautiful people” que no se cortó en pronunciar un sermón ante el Sumo Pontífice: “El enriquecimiento personal es un móvil básico de la actividad económica. Habría que diseñar un Código de Valores en el que la riqueza nunca sea el único patrón de prestigio y consideración social”. En diciembre de 1993 el Banco de España intervino una entidad con un boquete cuya profundidad amenazaba asomar el cielo australiano; sorpresa mayúscula para el general de la población y algo esperado para quienes conocían sus movimientos y sus comisiones al frente de Banesto.
Tras su último fracaso electoral, el masón durmiente aparentaba haberse retirado a sus cuarteles de invierno, decían que andaba entregado a la meditación en las grises mañanas de una aldea orensana, pero no. Estaba introduciendo y lavando el dinero que había saqueado hacía dos décadas. Quien a los 39 años fue presidente de Banesto, cuando ya había conseguido ser el hombre rico que siempre había ambicionado -a la sombra de Juan Abelló levantó una fortuna con la venta de Antibióticos S. A.; operación que constituyó el récord del pelotazo- cayó en su día por su propensión a considerarse más listo que nadie y ha vuelto a caer ahora por su rechazo a la redención social y moral.
Lo realmente extraordinario del caso Conde, y aun tratando de entender la difícil situación personal de alguien que fue juzgado sin misericordia y ha pasado por la desgracia familiar, ha sido su inalterable intento de venganza como estímulo vital prioritario, en un reiterado empeño por convertirse en la bestia negra de un Sistema del que llegó a ser máximo exponente. Para intentar dinamitar la ballena no tuvo mejor ocurrencia que dejarse tragar por el “monstruo”: se presentó en dos ocasiones a las elecciones, y entre tanto se dedicó a impartir ética con unas delirantes homilías televisivas que pagó a precio de oro a la que algunos señalan como “caverna luciferina” de su amigo Julio Ariza, a quien inyectó dinero en un paquete de acciones que no valían ni el papel que las sostenían; inversión que únicamente haría un jovial idiota o un hombre de enturbiado juicio. Como idiota no es, debió ser esa misma locura la que hizo que Abelló se mandara mudar de su proximidad incrédulo ante el socio que descubrió como una personalidad dogmatizada en el disparate supersticioso de la adoración satánica, que imantado por el ocultismo llegaba al extremo de practicar vudú y era capaz de creer en la astrología.
Aquella cabeza prodigiosa embadurnada de brillantina que alcanzó para ser Abogado del Estado a la edad de 24 (obteniendo la mejor calificación en la historia de las oposiciones a ese cuerpo) aquel modelo social que encarnaba en su vestimenta el desiderátum del pedorro y que llegó a ser la gran esperanza de la derecha más idiota, hoy es un rostro macilento y vidrioso que aparece, una vez más, esposado en el interior de un coche que la madera conduce al matadero de una condena que le calculan en una docena de navidades. Bien mirado no es más que otro ser absurdo y lamentable, un luciferino confeso que nos demuestra que la fuerza de Lucifer es ninguna, y que muestra hasta dónde puede llegar la destrucción y el envilecimiento de quien se deja arrastrar por su codicia y que como consecuencia más profunda de sus actos ha acabado por arrastrar a sus hijos al infierno de la cárcel: golpe de mallete en la cabeza del durmiente Venerable Maestro de la Gran Logia de España, que tendrá en su derrota absoluta el tiempo suficiente para despertar y reflexionar sobre los actos de su vida.
¡Que Dios ayude al Ángel recaído!
Antonio de La Española.
(*) Conde, el Ángel caído es un libro de Luis Herrero.