Seguramente conozcáis el mítico tema de Queen que profesaba eso de I want it all, and I want it now, (lo quiero todo y lo quiero ahora). Y es posible que en más de una ocasión os hayáis identificado con ello, movidos por el deseo, por un capricho, por la impaciencia, la ambición, o simplemente por el placer y el gusto de querer todo aquello que deseamos sin esfuerzo ni esperas.
Creo que hay momentos en la vida en los que, de manera casi natural, se nos conceden estos deseos. De repente, parece que todo el viento está a nuestro favor, que la vida nos proporciona todo aquello que queremos y nos sorprende, incluso, la rapidez con la que lo recibimos casi antes de pedirlo o desearlo. Pero creo que éstas son pocas y que por lo general todo tiene un proceso, una medida y un tiempo que es el ideal para nosotros, porque es tan importante el proceso y el recorrido como aquello que obtenemos.
Lo que sucede es que vivimos en una sociedad occidental en la que somos educados con ciertos valores y creencias que nos conducen a la inmediatez y al exceso. La mayoría de las cosas que tenemos, y hasta las que no tenemos y deseamos, en realidad no las necesitamos. No son necesidades básicas y, de hecho, una vez conseguidas volvemos al vacío inicial que sentíamos antes de tenerlas. La cuestión es que muchas veces ponemos nuestro foco y energía en lo material, en lo que tiene un precio económico en vez de invertir en lo espiritual, en aquello que nos conecta con la vida, con la inagotable fuente del amor. Y al no invertir en ello, se presentan los problemas emocionales, los del alma, aquellos que afectan a nuestros sentimientos, emociones y a nuestra mente. Incluso, en ocasiones, este vacío pasa factura a nuestro cuerpo físico. Por eso es importante llegar a entender la belleza de la simplicidad y la imperfección, para liberamos de esas ‘necesidades’ innecesarias.
Por otro lado está el tema de la inmediatez. Quizás aquello que deseamos sea algo necesario, bueno y que nos aporta, pero lo que ocurre es que no sabemos o no queremos esperar, cuando en realidad todos tenemos la capacidad para ello. Me gusta viajar en tren porque me hace consciente del proceso de transición, del trayecto entre el lugar del que parto y el lugar al que me dirijo. Cuando viajo en avión consigo llegar al destino en mucho menos tiempo, pero soy consciente de que me he perdido algo importante: el camino.
Seguiremos Informando…