“Es interesante ver cómo uno repara afuera, en otros, lo que no puede reparar adentro.” (Gabriel Rolón)
El desdoblamiento en víctima y verdugo de Pablo Iglesias en la Complutense, hecho que podría ser atribuido en principio a un caso de enajenación mental, únicamente responde a una consecuencia constantemente visible de su personalidad: el líder de la franquicia chavista es un charlista grosero que sufre un marcado complejo de inferioridad. Síntoma inequívoco es que confunde lo que quisiera ser con lo que en realidad es quien parece tercamente empeñado, cada vez que abre la boca, en pulverizar esos valores de libertad, igualdad y fraternidad que presume tener y que únicamente existen en su imaginación.
Humillar a una persona de forma premeditada en la seguridad de contar con una audiencia de estudiantes contaminada y trastornada hasta la violenta agitación por efecto del estalinista culto de la personalidad –una estupidez que adelgaza la autoestima y destruye la crítica- además de mostrar al insultador como una persona roída por el resentimiento es la demostración de que su inseguridad necesita escapar de las críticas a toda costa. Su razonamiento, que no cuela ni para personas de reducido entendimiento, cuando da a entender que si la prensa habla mal de mí es mentira, o cuando señala que todo es consecuencia de la bajeza de alguien que se inventa titulares para complacer a sus jefes, es un razonamiento para acomodarle de urgencia en un diván.
El cada vez menos pujante líder de Podemos, aunque seguramente nadie de su entorno se haya atrevido a explicárselo, cada vez que abre la boca asoma su auténtico inconsciente narcisista, un problema mucho más profundo y complicado de lo que él se piensa, que nace de su complejo de inferioridad: un sentimiento que expresa de forma nítida en sus chistes sin gracia, en sus lapsus constantes y en sus actos fallidos. Algo que destapa cuando no recibe el apoyo o la admiración que anhela mostrándose afectado ante la opinión de otros; síntoma inequívoco de ese vivir encerrado en su propio espacio; un círculo fatal sobre el que da vueltas para no llegar a ninguna parte.
Su inseguridad que intenta camuflar con su aparente superioridad nace de los traumas de su infancia que le han debido producir un nivel muy bajo de autoestima, unas heridas emocionales que han conformado esa parte de una personalidad tiránica y egoísta que, además de causarle un gran sufrimiento, le lleva al retorcimiento de humillar a los demás como única defensa cuando se siente desaprobado o criticado. Iglesias, un necesitado de la admiración del prójimo, demuestra tener una opinión tan pobre de sí mismo que tras jactarse de haber distanciado su moral del capitalismo, en un vano esfuerzo por recuperar el esplendor de su mejor imagen se deja fotografiar cual folklórica en frágil desmelene con luz de enamorada en sus ojos, por medios que resultan insultantes para sus votantes y son representantes máximos del consumismo.
Las purgas de Podemos no se las ha inventado ningún periodista, son obra de un líder obsesionado por el control que quiere tenerlo todo atado y bien atado; el mismo deseo que nos trasmitió en su día Carlos Arias Navarro.
Antonio de La Española