En la Tierra a martes, diciembre 24, 2024

Tarde de toros

“… generalmente el toro se mantiene puro / y muere inmaculado / sin ser tocado por símbolos y élites o falsos amores, / y cuando lo sacan arrastrando / nada ha muerto / y el hedor final / es el mundo.” (Charles Bukowski)

En Jerez de la Frontera, ciudad donde en 36 años se han pasado el bastón tres regidores manchados con todas las variantes de la corrupción -los dos primeros Pedro Pacheco (Partido Andalucista) y Pilar Sánchez (PSOE) son clientes del sistema correccional y la sucesora María José García Pelayo (PP) ha sido señalada como la rama andaluza de la trama Gürtel- celebró el pasado sábado la reaparición en España del patrimonio místico de la fiesta nacional: José Tomás.

En los exteriores de la plaza, el Rey emérito, que acudió al acontecimiento en vuelo privado a modo de estrella cinematográfica, se marcó un particular paseíllo acompañando con un bastón su caminar pesado y flanqueado de su hija Elena, la sin duda también emérita desde el día que contrajo matrimonio con Jaime de Marichalar, que se presentó adornada con un sombrero nada emérito. Los cuatro accedieron perezosos al recinto entre una concentración de resueltos saludadores que, separados por vallas de seguridad, cuando no ocupaban sus manos en inmortalizar el momento aplaudían a rabiar la presencia del monarca, quien devolvió con sonrisas de gratitud las muestras de admiración hacia su figura. Siguieron padre e hija, bastón y sombrero recibiendo pleitesías hasta tomar asiento de barrera. Entonces, la ciudad del museo del traje corto y la manga larga les dedicó una atronadora ovación que fue adornada con la exhibición de una pancarta “¡Viva España, su Monarquía y la Fiesta Nacional!” con los colores de nuestra enseña nacional, que dibujó una sociedad ligando voluntariamente sus afectos a la corrupción.

Luego, la tierra donde suenan por bulerías hasta los villancicos, se arrancó con palmas por ese palo para saludar la presencia de un torero al que Lorca lo hubiera dedicado una docena de romanceros. El de Galapagar estuvo cumbre interpretando el toreo a lo Rajoy; vertical, fue una estatua en los medios que enganchó al toro por la izquierda y con la muñeca rota vació la embestida del morlaco una y otra vez con la lentitud que marcaba el ritmo de su apetencia, para luego, y como no podía ser de otra forma, marcarse un farol de tres pares de cojones. Dos orejas y rabo para un estoconazo atravesado que, según los puristas, fue un premio excesivo, más inflado que las plantillas municipales de Pacheco. Y, una vuelta al ruedo que fue un jolgorio apoteósico en el que fueron lanzados al ruedo ramos de nepotismo, olés de prevaricación administrativa, aplausos de falsedades en documento público y toda clase de ofrendas propias de una ciudad con un historial de concesiones públicas al abrigo del artículo 33 que hace sonrojar de envidia hasta el bastón que empuñaba el Borbón. El capitalista que sacó a hombros al maestro fue un astuto caballero que, ejemplo palmario del agudo intelecto español, llevaba en su camiseta publicidad chapucera de un hotel de Santander.

Del otro lado del asunto también hubo pancartas; una de ellas rezaba ¡Abolición ya! ¿De la monarquía? Pues no. La portadora era una entusiasta del partido animalista que preocupada por la crueldad se fue a la feria a merendar una ensalada templada de chipirones.

Antonio de La Española

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