Eurovisión va alejándose (han pasado ya dos días de la noche de autos) pero, como era de esperar, aún quedan posos al respecto de lo ocurrido en Suecia. Polémica como la generada por la ganadora, Ucrania a la que se le acusa de llevarse el festival con una canción en la que se habla, deliberadamente, sobre la deportación de los tártaros de Crimea. Un hecho que ha indignado, como es lógico, a su vecina Rusia, que en palabras de Franz Kintsevich, Vicepresidente de la Comisión de Defensa y Seguridad del Senado de Rusia ha asegurado a Sputnik que: “Si en Ucrania (próximo organizador de este certamen) no cambia nada, no creo que debamos participar en su edición”.
La canción que ha encendido Eurovisión (y a los rusos), entonada por Jamala, narra la historia de su bisabuela, deportada por Stalin. Ésta, fue escrita en inglés y en lengua tártara y, como es lógico, interpretada en terreno sueco en el primero de ambos idiomas. Lo curioso es que, y a pesar de las interpretaciones que se pueda dar, no menciona directamente el asunto. Eso sí, tras leer la traducción, genera dudas al respecto. Sea como fuere, Jamala no ha dejado pasar ni un año desde que Mans Zelmerlöw se llevase la victoria con otro tema “más que dudoso”, políticamente hablando.
También hay lío con la ikurriña
Eurovisión no se termina en Jamala, a pesar de ser la protagonista principal. Y es que, a pesar de que se sacó a la ikurriña de la lista negra a pocos días de la celebración de la gala (entre otras cosas, por coincidir con una bandera del Estado Islámico), lo que esto definía no se aplicó en la práctica ya que un español que la portaba no pudo acceder con ella al recinto en el que se celebraba el evento. Esto ha originado que la Embajada de España en Suecia haya interpuesto una denuncia contra la organización por lo que es un grave error de seguridad.
Enviada reclamación de @EmbEspEstocolmo y @eurovision_tve a organización #Eurovision2016 por incidente con #ikurriña, finalmente admitida.
— Embajada en Suecia (@EmbEspEstocolmo) 15 de mayo de 2016
De hecho, el afectado pudo recuperarla sólo tras la intervención del cónsul, ya que las autoridades se negaban a devolvérsela. Un hecho, a fin de cuenta, denigrante. Y es que, si bien es cierto que no podían exhibirse durante las actuaciones (y resto de la celebración), si se podía entrar con ella.
Más polémica de lo que se desearía
Estos son, tan sólo dos ejemplos de lo que, cada año, origina Eurovisión. Y casi siempre lleva tintes políticos. En 2009, por ejemplo, la canción We don’t wanna Put In de Georgia aterrizó en el festival, celebrado en Rusia, tan sólo 12 meses después de la batalla que ambos habían mantenido. Su contenido despectivo cabreó, y mucho, al Kremlin, más siendo organizador del certamen que, finalmente, vetó su participación. En 2001, Anastasiya Vinnikova pasó por algo similar, aunque sí que accedió a relajar la letra y pudo continuar un camino que termino en semifinales. Ambos, unidos al caso de Mans Zalmerlöw, conforman el Top 5 de las polémicas más recientes. Pero hay más. Y es que Eurovisión da para mucho.
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