“Mi querida España / Esta España mía, / Esta España nuestra / De tu santa siesta / Ahora te despiertan / Versos de poetas / ¿Dónde están tus ojos? / ¿Dónde están tus manos? / ¿Dónde tu cabeza?” (Cecilia)
Eso es lo que se preguntaba la joven Evangelina, educada en Estados Unidos y que habiendo vivido la Guerra de los Seis Días, decidió bautizarse artísticamente como Cecilia. Seguramente aquel desastre que vivió en Jordania la parecería una alegría comparada con la sensación que debió sentir cuando pisó España. Entonces tuvo una visión poética pero no por ello carente de tremenda lucidez, de aquel país instalado en el tardofranquismo. Aquella canción de mediados de los 70 era como un puñetazo en el pecho de la conciencia ciudadana, un toque de diana para una población, que ¡oh, asombroso asombro! era mucho más lúcida y comprometida consigo misma que la actual.
Bien es cierto, que si cotejamos la mirada de Cecilia con la de la mitad de los españoles de la época, estos afirmarían que era una visión tergiversada de la realidad. Pero para mí que eso es lo de menos, pues no le resta valor a quien admire la valentía de una joven que fue censurada por este tema y llevada ante los tribunales por otra letra. Ella escribió esa sucesión de emociones para cualquier gustador de otras realidades que no sean exclusivamente la suya, es decir, para la belleza de alguien que espera que un cantautor no le cante la verdad absoluta, sino que desea mirar con los lentes de la visión particular del artista. Cecilia y sus versos, cuarenta años después, continúan tan vigentes que uno no tiene otro remedio que concederla la razón en casi todo.
Únicamente, creo que si Cecilia no hubiera abandonado su cuerpo, en estos días sus versos seguramente cambiarían una palabra y donde dijo “esa España nuestra”, diría “esa España muerta”. Porque viendo el panorama actual a uno le agarra la sensación de que de su “santa siesta” no la despiertan ni las trompetas de Jericó.
Y por no abandonar la música y como sentenció el renacentista Luis Eduardo Aute a finales de los 80 en “La Belleza” y cuando me viene a la cabeza Pablo Echenique me pongo a cantar: “Míralos, como reptiles, al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión; siguen todos los raíles que conduzcan a la cumbre… …Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta, más que nausea dan tristeza, no rozaron ni un instante la belleza…” Esa belleza que su jefe Pablo, hoy más mustio que nunca, será por la canícula, hace unos meses llamaba a defender. Ahora defiende y justifica a su secretario de Organización que tuvo a su asistente sin dar de alta en la Seguridad Social durante años. ¿Qué coño sabrá esta gente qué es la belleza?
¡Suerte!
Antonio de La Española.