Bajo una apariencia de belleza y pseudomisticismo, el amor se ha convertido en la meta de la vida en el inconsciente colectivo. Es el ideal, a lo que todo el mundo aspira. No hay final feliz si no hay boda o, como mínimo, una pareja mirándose enamorada con un atardecer de fondo. Conocer a alguien, salir, vivir junt@s, quizá casarse y tener descendencia. Y de ahí hasta que la muerte o el divorcio nos separe. Ese es el ideal, el objetivo de la vida: el amor es el centro, es lo que le da sentido.
“El amor duele. El amor lo puede todo. Busco a mi media naranja. Hay una persona para cada otra. El amor es lo más importante y requiere entrega total, por encima de las propias necesidades. El amor es exclusividad y posesión. Rehacer la vida es encontrar el amor. Amar por encima de todo. Tú eres mía y yo soy tuyo”.
Este tipo de frases, de ideas, de símbolos se encuentran en todas partes. Las vemos en las películas, en la televisión, las escuchamos en las canciones, las vemos por internet, se meten en nuestro subconsciente de tal manera que, incluso cuando sabemos que no tiene que ser así, seguimos sintiendo un vacio si no lo vivimos, seguimos teniéndolo como objetivo en algún momento, nos sentimos mal si no encontramos el gran amor que nos haga sentirnos con plenitud en nuestra vida.
Es lo que se está denominando el amor “romántico”. Ese que se basa en encontrar a la persona ideal, en que nuestra felicidad dependa de ella, que nuestra vida se articule en torno a ella y seamos exclusivamente felices.
¿Cómo nos afecta eso en nuestro día a día, en nuestra forma de relacionarnos, en nuestros planes? A grandes rasgos podemos señalar que hay dos extremos en relación con el amor y un sinfín de combinaciones en el medio. En un lado la búsqueda del amor de la vida, esa persona que nos hará sentirnos en plenitud, que hará que el tiempo se congele y no importe nada más que nuestro amor, porque el amor todo lo puede y merece la pena hacer cualquier cosa por él o por ella.
En el otro, el no tener relaciones profundas, el miedo o pánico a ese amor rosa con purpurinas, a que la felicidad propia dependa de alguien y que ese alguien pueda irse, es decir, miedo al dolor, así que mejor tenemos solo relaciones superficiales de puro hedonismo o incluso evitamos tener contactos que huelan mínimamente a alguna emoción.
Además, todo lo que se salga de estas ideas, especialmente de la búsqueda del gran amor, conlleva cierta sanción social. Esto comprende tanto a aquellas personas que eligen estar solas como a aquellas que deciden tener relaciones “no convencionales”, que van desde las diversas orientaciones sexuales y a la diversidad afectiva, como las relaciones abiertas, por ejemplo.
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