No hay nada que mueva más adeptos que tener un enemigo. Ejemplos en la historia hay muchos de aquellos que cultivando sentimientos de odio y de exclusión lograron el objetivo de ver aumentado su poder. Un odio calculado, con un enemigo claro empieza por germinar en unas cuantas víctimas y termina multiplicándose a conciencia por toda la sociedad.
Lo explicaba Felix de Azúa para mostrar cómo maneja el odio el nacionalismo catalán. “El otro día me hizo mucha gracia leer una entrevista a un intelectual catalán que murió hace poco. Decía que él habría sido un gran pensador europeo de no ser por “Espanya”. Así es como nació el fascismo en Italia o el fascismo en Alemania: lanzando la frustración de uno a la cabeza de otro”.
Estos días hemos constatado que los escaños del parlamento español rezuman ese sentimiento. El odio es consecuencia de un cúmulo de emociones y no hay emociones buenas o malas. Las emociones son naturales. Tenerlas forma parte de la vida y de la motivación de las personas. Otra cosa es cómo gestionarlas para obtener la mejor versión de uno mismo y no parece que ese sea el objetivo de los “rufianes” que hemos visto en el Congreso de los Diputados. Más bien, al contrario, han convertido las emociones en sentimiento y el odio en la herramienta de su estrategia política, en el leitmotiv de una ideología delirante que detesta lo que no sea el pensamiento único.
El odio puede ser consecuencia de muchas causas como las creencias limitantes, la baja autoestima, la inseguridad, el egocentrismo o la frustración por no ver cumplidos los deseos. No sé si alguna de éstas ha podido llevar a Pedro Sánchez a buscar pactos con los que han hecho del odio su estrategia política. El ex secretario general del PSOE ha decidido coger carretera y manta en una huida para demostrar que su incapacidad para la negociación y su falta de empatía no es incompatible con su capacidad de resistencia. Sánchez pretende encaminar el pacto con los extremistas, esos que azuzan para rodear el congreso; los agitadores de odio que no condenan las agresiones a los políticos de Ciudadanos; los que hacen resurgir el guerracivilismo apelando al pasado de los abuelos con el fin de abrir heridas ya cicatrizadas; los que espurgan en la Historia para justificar calles y plazas de buenos y malos; los que llaman asesino a Felipe González; los que escrachean con los puños cerrados y el ceño fruncido.
Sánchez diseñó su misión: acompañar a los generadores de odio para gobernar España, sin poner foco en su estrategia. Le faltó escucha, conversación e intuición para darse cuenta de que los “rufianes” sólo le querían como excusa para blanquear su marca. Ahora que Pablo Iglesias, emulando a Julieta Venegas, le ha dicho eso de “que lástima, pero adiós. Me despido de ti y me voy”, se ha buscado una legión de enemigos (los medios de comunicación, las empresas del Ibex…..) para ser la víctima del sistema, la misma táctica de los nacionalistas para justificar que el amor a su región desemboca en el odio a España. Ya lo dijo Albert Boadella hace años “Las comunidades enferman igual que las personas. Hay gente que se cree Napoleón y hay comunidades que de repente se creen nación” .
La legislatura del revanchismo acaba de empezar con gestos de matonismo, insultos y mensajes extremistas que jamás se habían visto en el Parlamento español. Una coalición de machotes unidos por el odio que augura años cuanto menos inquietantes. Por eso ahora más que nunca se necesitan líderes, políticos transformadores que construyan puentes para hacer las reformas que necesita España, que den la batalla ideológica, que sean capaces de combatir la política del rencor y defiendan con emocionalidad, empatía y valentía la regeneración del sistema político y la estabilidad democrática. A los que no se definen, a los asustadizos, a los acomplejados de no ser de izquierdas y a los que se habían acomodado en el paupérrimo debate del cruce de acusaciones se les acabó el tiempo. Subsistir ya no basta.
Isabel Gallego
Asesora de comunicación y Coach ejecutivo