En las diferentes facetas en las que se desarrollan nuestras vidas, a veces contamos con más habilidades de las que nos sentimos satisfechos en el entorno profesional que en el personal. Así, los retos de coaching en el ámbito familiar son temas que terminan saliendo porque cuando no nos sentimos satisfechos de algún aspecto de nuestras vidas, y ésto repercute en el resto de contextos con los que nos relacionamos.

Existe cierto paralelismo entre la función de líder y de progenitor. En ambos aspectos se ponen a prueba las habilidades comunicativas y de influencia. Un líder plantea metas y busca compromisos en su equipo alineados con esas metas. El problema es cuando estas mismas formas de actuación se pretenden llevar a cabo con los hijos y nos olvidamos de que ‘nuestros hijos no me pertenecen’ y que mis metas para ellos a lo mejor no son iguales a las que ellos mismos quieren para sí mismos.

En la labor de madre o padre los afectos son mucho más elevados que en el ámbito profesional y, desde la justificación del amor que se siente por los hijos, se pueden hacer cosas impensables en el entorno profesional. Lógicamente esto afecta la motivación de los chicos, porque la implicación y la autonomía en las decisiones, están íntimamente ligadas. Es difícil estar motivado con algo impuesto que no hemos hecho propio.

Cuando estos planteamientos que vemos lógicos en el ámbito profesional, son llevados al familiar, donde vemos más inmaduros a los adolescentes, terminamos dándonos permiso para decidir por ellos con la justificación de evitarles equivocaciones, o frustraciones. En nuestra sociedad somos más hábiles enseñando a obedecer que a enseñando a pensar y a decidir y, por ello, el coaching aquí tiene una gran labor que llevar a cabo.

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