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¿Quién eres tú? Esta es una de las preguntas más complicadas de resolver. Y no estoy hablando del nombre propio, la profesión o las actividades que realizas, ya que estas cosas no tienen por qué definir necesariamente tu identidad ni tu esencia.
Vivimos en una cultura y en una sociedad diseñadas para lograr objetivos, ser los mejores, cumplir expectativas… No sólo las propias sino las que los otros tienen sobre nosotros mismos, ya sean éstos familiares, amigos, pareja… Nos comparamos con los demás, buscamos referentes, sentido de pertenecía, y aunque esto sea una necesidad básica del ser humano, a veces puede llegar a limitar todo el potencial que realmente tenemos, al no permitirnos ser diferentes, exclusivos, en definitiva, ser nosotros mismos.
Y en esa tensión nos perdemos como si anduviéramos en un laberinto del que nos es complicado salir. Nos conformamos a recorrer los mismos lugares que ya conocemos y que de alguna manera nos resultan familiares, nos proporcionan un sentido de seguridad, aunque puedan llegar a transformarse en nuestra propia prisión.
Sin embargo cada uno de nosotros somos responsables del lugar en el que estamos, en realidad estamos donde queremos estar, o dónde alguna vez quisimos estar aunque ese lugar se haya quedado obsoleto.
Entonces llega el momento en el que nos damos cuenta de que no somos felices, que no disfrutamos con la vida que tenemos, las personas con las que estamos, ni siquiera con nosotros mismos. No estamos conectados con nuestra esencia, no sabemos quiénes somos ni para qué estamos en este mundo, perdemos la misión y el placer de ser nosotros mismos. Es difícil ser uno mismo cuando hay demasiado ruido de fondo, distorsión, diálogo interno y un sinfín de actividades y responsabilidades que nos impiden parar para conocernos.
Para salir de ahí podemos empezar por concretar cuáles son aquellas cosas que nos gustan y nos apasionan, aquello que hacemos de manera natural y con lo que disfrutamos. De esta manera comenzamos a conectar con nuestra esencia, nuestra misión, lo que nos mueve a levantemos de la cama cada día, más allá del despertador.
Ser uno mismo es un auténtico placer porque cuando somos nosotros y no otra persona, estamos en coherencia con nuestros valores fundamentales, podemos reconocerlos, honrarlos, hacer cosas concretas para mejorar el nivel de satisfacción de cada valor y sentir el placer de la vida, es como hacer el amor con uno mismo.
Y es desde ese conocimiento, desde esa consciencia y placer personal somos capaces de disfrutar del regalo de la vida y de las relaciones con los demás, ya que la relación más importante es la que tenemos con nosotros mismos. No podemos relacionarnos bien con alguien al que no conocemos. Así que te propongo que dediques tiempo de calidad para parar, explorarte, descubrirte y experimentar el placer de ser tú mismo. Tenemos en el estudio a Ángel García, actor, bailarín y modelo dedicado al porno que nos contará su experiencia profesional.
Seguiremos Informando…