La opinión de Ana Pereira, consultora sénior de Estudio de Comunicación.
Si el rescate bancario en España durante la primera legislatura de Mariano Rajoy sirvió en materia de comunicación para democratizar términos financieros y que en las conversaciones de ascensor, en lugar de hablar del tiempo, pasara a hablarse de la prima de riesgo, el fenómeno llamado Donald Trump ha servido para asentar en el lenguaje cotidiano varios términos que tienen amplias posibilidades de pasar a ser tema de conversación de ascensor.
La comunicación de masas le debe mucho al recién estrenado inquilino de la Casa Blanca. Gracias a él, oscarizados conceptos como posverdad o populismo se han extendido y más o menos entendido. En esta nueva era de neologismos, que por cierto, rascando un poco en la hemeroteca, se comprueba que poco o nada tienen de nuevos, ha aparecido uno que llama poderosamente mi atención y a cuyo análisis quiero dedicar estas líneas.
No me hace falta una bola de adivina para saber que el presidente Trump pasará a la historia por muchas razones, pero una de ellas, estoy convencida, se estudiará pronto en las facultades de periodismo, en la asignatura de teoría de la comunicación; me refiero por supuesto a su manejo de la desintermediación de la información. A continuación trataremos de analizar humildemente el uso que hace el nuevo presidente estadounidense de uno de sus juguetes favoritos: la desintermediación de la información.
Donald Trump, como encarnación del llamado American Dream o sueño americano, es también la consumación de la expresión “A mi manera”: una forma muy particular de hacer las cosas que Frank Sinatra legó a la historia en su legendaria interpretación de la canción francesa con letra de Paul Anka. Que fuera esta canción y no otra la elegida por Donald Trump en su baile presidencial no puede entenderse sino como una declaración de intenciones sobre un estilo de actuar al que pocos presidentes de la primera potencia del mundo nos tienen acostumbrados.
Sólo si trasladamos ese “My Way” de Donald Trump a su forma de comunicar, podemos entender como en el siglo XXI, en una de las democracias occidentales más avanzadas que existen, se puede mandar callar a un periodista acreditado formalmente para cubrir una rueda de prensa de interés nacional, negar la palabra a otro porque simplemente “tú medio no me gusta” o espetarle “tu medio sólo publica mentiras”. ¡Y nosotros que creíamos haberlo visto todo cuando asistíamos ojipláticos a aquellas ruedas de prensa sin preguntas o retransmitidas a través de un plasma…!
Pero, volviendo a la Casa Blanca, quiero añadir que es en la impunidad que proyecta la idea “My Way” (en esencia, poder ponerse el mundo por montera simplemente por ser Donald Trump), donde radica el verdadero poder del nuevo presidente. No le hace falta nacionalizar los medios: simplemente se puede permitir el lujo de prescindir de ellos. Es decir obvia al intermediario para comunicarse con su público.
La revista Time publicaba semanas antes de la “coronación” de este Napoleón 2.0 que el fenómeno de la desintermediación jugaba en favor de Donald Trump y de su discurso populista amplificado por los casi 5,6 millones de seguidores que el magnate tiene en Twitter.
Si en la comunicación tradicional de la que hablaba Laswell existía un emisor, un receptor y un canal por el que el primero hacia llegar el mensaje al segundo, paradigma del sentido de los medios de comunicación convencionales, el presidente Trump directamente echa por tierra también la definición de Maletzque sobre aquéllos respecto a que “transmiten abundantes mensajes a una masa anónima de receptores o a un público disperso. Éstos se caracterizan por ser individuos o grupos separados geográficamente y por recibir a través de un medio de comunicación un mensaje público abierto”. Más importante aún: Trump se lleva por delante el papel de generadores de opinión pública que los medios juegan y es él y sólo él quien aglutina a ese público disperso a através de su cuenta de Twitter.
En esta nueva Norteamérica que Donald Trump quiere modelar corren malos tiempos para la figura del gatekeeper y de lo que simboliza. Ese guardabarreras que se encarga de filtrar la información que llega a la opinión pública, es también quien la selecciona, analiza y a la postre debe comprobar su veracidad. Los medios de comunicación, entendidos como el cuarto poder, con capacidad para fiscalizar con rigor y transparencia la labor de los otros tres poderes, son mediadores políticos y sociales que canalizan y crean opinión pública, son instrumentos de transmisión de la cultura y siempre han sido actores fundamentales para el funcionamiento del sistema político. Las funciones de los medios de comunicación están sujetas no sólo a su sistema político y a su organización, sino también al marco jurídico y a sus políticas de comunicación y, por encima de intereses de una u otra índole, se deben a la verdad.
En mi modesta opinión, y siempre visto con gafas de comunicadora, no son de recibo actitudes como la de Sean Spicer, nuevo secretario de prensa de la Casa Blanca, que regañó a los medios asistentes a su primera rueda de prensa por, según él, “no estar escribiendo a cerca de lo que verdaderamente importaba” o querer zanjar la polémica del número de asistentes a la ceremonia de toma de posesión con la categórica afirmación: “la ceremonia del viernes tuvo la mayor audiencia para una toma de posesión que jamás se haya visto y punto”. El Gobierno Trump no hace sino un uso perverso del concepto de la desintermediación de la información.
Tal perversión nos hace un flaco favor a los que nos dedicamos a la comunicación empresarial: un ámbito donde la desintermediación como táctica de comunicación en sí, no sólo es inocua, sino que también es muy positiva cuando la prensa por razones de espacio, importancia y proridades no se hace eco de una determinada información, que sí es de extrema importancia para la empresa. Tengo que decir que a diario encontramos asuntos que son de extrema importancia para todas aquellas empresas en las que acontecen, pero que el gatekeeper por una u otra razón, y unas veces con más o menos tino, descarta. Y si quedan descartadas, no llegan al público objetivo de dichas empersas, ni a los stakeholders de las mismas ni, por extensión, al gran público; y es aquí donde cobra valor la desintermediación de la información, que una buena estrategia en redes sociales puede facilitar.
Por lo tanto, tan legítimo es valerse de la desintermediación de la información para que la empresa incremente sus ventas y vea aumentar su reputación, como ilegítimo e indigno es usarla en el desprecio más absoluto por los medios de comunicación y mandarlos callar en una democracia avanzada como la de los Estados Unidos de América, máxime si fueron aquellos a los que el presidente Trump hoy denosta y describe como las personas más deshonestas que hay y de quienes se valió ayer en su faceta de empresario para auparse a lo más alto del sueño americano. Si están pensando en destronar al nuevo Napoleón, olvídense del impeachment; simplemente dejen de seguir su cuenta de Twitter.
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