Finalicé el pasado año sucumbiendo ante la palabra de moda en los Medios de Comunicación, “posverdad”, o en ingles post-truth o post-fact o, explicado brevemente, la verdad ya no importa. El diccionario Oxford colocaba este concepto como la “palabra del año 2016” definiéndola como “algo que influye en la opinión pública, no por sus hechos objetivos, sino apelando a las emociones o creencias personales”.
Una decisión que en cierto modo reconoce el triunfo, no sólo en el ámbito político sino, también, en el de la comunicación, del populismo, donde su discurso de llamada al temor, la crítica, y apelación a los sentimientos ha sido fundamental para presentarles ante la opinión pública como las víctimas pero a la vez los poseedores de las soluciones a los globales problemas de las sociedad actual.
Retórica polarizada en el escenario político y social junto a opiniones a través de las redes sociales con las que, al final, lograr empaquetar ideas complejas en 140 caracteres, en un mundo donde las tecnologías saturan de información y los Medios están fragmentados. Como señala, Anne Muxel, directora del Centro Francés de Investigación Científica, los jóvenes actuales se sienten una “generación perdida” que está abierta a este tipo de lenguaje y a las respuestas simples que se les ofrece frente a su complejo mundo.
La victoria de Donald Trump ha sido uno de los paradigmas de esta posverdad. Al respecto, investigadores de la Universidad de Oxford descubrieron recientemente que las “noticias” basura tienen más probabilidad de ser virales en las redes sociales que las reales y que durante los últimos meses de las elecciones americanas, más gente se involucró con noticias falsas en Facebook que con historias reales.
También señalaron que los bots automatizados de Twitter pro-Trump superaron los mensajes positivos sobre Hillary Clinton. El escritor Pankaj Mishra escribía recientemente sobre el oportunismo de Trump en el New Yorker diciendo que “Rousseau no se habría sorprendido al ver que la revuelta de hoy contra las élites ha potenciado a un troll de Twitter en el corazón mismo de la modernidad”.
Afortunadamente, hay hechos, como éstos, que empiezan a hace saltar la voz de alarma en Medios de Comunicación y líderes de opinión. Y la preocupación es mayor al comprobar como los partidos llamados “tradicionales” y los líderes empresariales, también, pueden acabar considerando el discurso de la posverdad como la herramienta exclusiva para enganchar a su público.
Quiero subrayar exclusiva porque, si bien el dogmantismo o la excesiva racionalidad, tienen que flexibilizarse para que la comunicación y los mensajes lleguen al público, igualmente hay que valorar que en las comunicaciones y las conversaciones personales y cotidianas, que al final construyen los puntos de vista la mayoría, muchas veces afirmamos algo sin tener los datos o todo el background de una historia. Así es como funcionamos. Quizás, como planteaba Nietzsche, la verdad y la mentira son convenciones creadas por el hombre para vivir en sociedad.
Lo cierto es que la “viralización” del concepto posverdad ha motivado una reflexión porque en ocasiones es acertado hacer posverdad pero igualmente ha suscitado la necesidad de como contrarrestar esta posición desde los Medios de Comunicación y desde los discursos, ya sean políticos o empresariales.
Algunos Medios ponen en este debate su grano de arena, lo tienen claro, como es el caso de la web Politicalfact, dedicada a la comprobación de hechos que, por ejemplo, señalaba que en 2016 el 78 de las denuncias hechas por Trump eran mentira. Un Medio digital, ganador del premio Putlizer, que ha creado un curioso y visual medidor de verdades sobre las declaraciones de diversos políticos estadounidenses que clasifica por temas, personalidades e ilustra con diversos gráficos.
En comunicación vivimos una vuelta al mensaje de las emociones, a la reinvención del concepto para llegar a la mayoría, ya sea éste “pobreza energética”, “bono social” u otros ejemplos. Se busca efectividad en la comunicación frente a la hiperconectividad, hipercomplejidad, hipervolumen de datos, incluso, hipervulnerabilidad.
La objetividad ya estaba cuestionada; y ahora, la verdad. Me planteo, como dicen los populistas, que si somos víctimas de la globalización, también, al final, vamos a ser víctimas de la posverdad. Y ahí está el reto para Medios de Comunicación y para los profesionales de la comunicación corporativa. Ser conscientes de que podemos caer en la posverdad, que a veces, como las sirenas a Ulises, nos llama; pero es necesario recuperar la dignidad de los datos y los hechos que dan forma a un trabajo profesional.
Artículo escrito por Ana Rodríguez Gascón, consultora sénior de Estudio de Comunicación.
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