En la Tierra a sábado, 20 abril, 2024

El deshielo puede liberar virus para los que no estamos inmunizados

Artículo de opinión

Por Maxime Renaudin, fundador y director de Tree-Nation

En estos últimos meses, la agenda mediática ha reemplazado el cambio climático por la COVID-19 como la principal amenaza para la humanidad.  Sin embargo, los estudios demuestran que ambas amenazas, aunque aparentemente independientes, guardan una estrecha relación. Investigaciones sobre el origen del virus han señalado a los murciélagos como la fuente más probable de la propagación del virus, que después pasó a los pangolines como intermediarios, para ser finalmente transmitido a los humanos (Zhou et al., 2020). Aun así, muchos han pasado por alto el factor subyacente de la rápida propagación del virus: el cambio climático. Ahora es imposible volver atrás para deshacer nuestros errores, pero es importante mirar hacia adelante y estar preparados para posibles brotes futuros.

Los estudios han ido corroborando como el cambio climático trae consigo un aumento en la cantidad e intensidad de las pandemias. Esto ocurre como resultado de una suma de factores: el deshielo del permafrost, la extensión del rango de desplazamiento de los animales debido al calentamiento global, así como la mayor supervivencia de los virus durante los meses de invierno a causa del incremento de las temperaturas. También debemos tener en cuenta los efectos de factores indirectos. Por ejemplo, el cambio climático hará inhabitables algunas regiones del planeta y, como consecuencia, se darán aglomeraciones de personas en áreas más reducidas, favoreciendo así a una mayor tasa de transmisión de los virus de una persona a otra. Otras actividades del ser humano, como la explotación de los recursos naturales, en particular la deforestación, urbanización y el incremento de los viajes a escala global, también contribuyen al aumento de pandemias como la COVID-19 (Madhav et al., 2018).

Virus antiguos podrían ser liberados del permafrost

El cambio climático ya ha llegado al punto en el que el permafrost, la capa terrestre congelada que principalmente se encuentra en el Ártico, sub-Ártico y Antártica, ha empezado a derretirse. Lo más preocupante es que, atrapados en la profundidad del permafrost, se encuentran virus antiguos, que llevan enterrados en el hielo durante milenios, y para los que nuca hemos desarrollado ningún tipo de inmunidad. De hecho, un estudio reciente encontró en el permafrost virus de 30.000 años que conservan su capacidad infecciosa (Legendre et al., 2015). Según este mismo estudio, existe la posibilidad de que virus que se cree están atrapados en el permafrost como la peste negra, la viruela, el ántrax o la gripe española, vuelvan a activarse. Una vez el permafrost se derrita, estos virus serían liberados. Las consecuencias son inimaginables y se verían agravadas por las consecuencias del cambio climático como el incremento en el riesgo de la transmisión de virus de animales salvajes a humanos.

El cambio climático, y en especial la deforestación, provoca la reducción del hábitat de los animales salvajes, causando su aglomeración en ciertas zonas. Como consecuencia, los animales se ven forzados a desplazarse a áreas habitadas por humanos, aumentando el riesgo de transmisión. También está demostrado que el cambio climático incrementa la extensión de los hábitats en los que viven los mosquitos, que acostumbran a ser transmisores de enfermedades. Con el aumento de la temperatura global por el cambio climático, los mosquitos serán capaces de sobrevivir en áreas en las que anteriormente no podían habitar y,  de esta manera, transmitir virus como el Zika, la fiebre amarilla, el dengue o el virus chikungunya (Kraemer et al., 2019).

Soluciones y mitigación

Una forma de reducir la propagación de los virus transmitidos por los animales sería detener la infracción humana en sus hábitats. La deforestación, la destrucción y fragmentación del hábitat natural de los animales los deja sin otra opción que la de vivir cerca de los humanos, donde hay un mayor riesgo de transmitir enfermedades infecciosas. Protegiendo sus hábitats, limitamos nuestra propia exposición a las enfermedades (Morse et al., 2012). El tráfico ilegal de especies, como el pangolín, también incrementa el riesgo de transmisión de estas enfermedades. Acabar con el tráfico ilegal de especies debería ser también una prioridad.

La mitigación del cambio climático también ayudaría a prevenir la transmisión de virus, al frenar el derretimiento del permafrost y la extensión incontrolada de las áreas de habitabilidad de ciertas especies como los mosquitos. Las soluciones para frenar el cambio climático pasan por hacer pequeños cambios en nuestro propio estilo de vida e incluyen la transición de combustibles fósiles a fuentes de energía renovables, una mayor involucración en la reforestación y forestación, así como intentar reducir nuestras emisiones de carbono.

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