Visto lo visto, así, evita pronunciarse sobre las inquietantes informaciones de Juan Carlos I, que afectan a miembros de la Casa Real y que han traspasado nuestras fronteras. A su vez, Iglesias tiene la oportunidad de exhibir su republicanismo y desprestigiar la monarquía, sobre todo, en los medios nacionales que difunden las encuestas que no le acompañan. La pretensión de Redondo es continuar jugando a la indefinición del Ejecutivo respecto a la monarquía parlamentaria, una jugada peligrosa en la que por mimar a los socios de Gobierno puede resentir el normal funcionamiento del Estado democrático.
Esta es la penúltima estrategia de riesgo después de la aprobación del “Ministerio de la verdad” conocido en los ambientes como MINISTERIO DE LA CENSURA, controlado por Redondo sobre el que Bruselas se acaba de pronunciar dudando de su validez. De hecho, estudiará a fondo las medidas españolas para censurar informaciones. Mientras, el todopoderoso asesor del presidente ejerce su maquiavelismo Manu Militari a través de jugadas arriesgadas que, como a él le gusta, le dan rédito a corto plazo. La estrategia no es lo suyo, ya se sabe, pero sí la táctica, que aplica a toda la acción de la comunicación política.
Los inquietantes casos de corrupción que se van conociendo en torno al Rey Juan Carlos I y sus derivadas en otros miembros de la familia han sido aprovechados por Pablo Iglesias para sacar tajada de su conocida animadversión a la Corona. Redondo le ha elegido precisamente a él para asistir junto al Rey al acto de toma de posesión del sustituto de Evo Morales (amigo de Iglesias y boliviarianista de pro), Luis Arce. Es la primera vez que Iglesias acompaña al Rey en un acto oficial y que sea éste, no es casual. El jefe de gabinete del presidente ha apartado incluso a la ministra de Asuntos Exteriores, dándole el protagonismo a Iglesias para agasajarle con un papel que no le corresponde. De sobra sabe el asesor áulico de Sánchez que las relaciones internacionales no le corresponden a Iglesias, pero dejarle hacer diplomacia en aquellos países cuyo sistema él anhela, es dejarle que se entretenga.
Y ¿qué le importa a Redondo que haga de pirómano? Nunca ha sido reconocido ni por su sentido de Estado, ni por sus escrúpulos el gurú del presidente y de esta manera escenifica, una vez más (siempre es lo mismo), que los malos son los de Iglesias y los buenos los de Sánchez. El maniqueísmo instalado en la política española, en el ecosistema de Moncloa. O lo que es lo mismo, permitir que Iglesias haga política paralela a la definida en Moncloa. A Redondo le importa un bledo que su querido entrevistador en “La Tuerca” incendie las relaciones internacionales haciendo activismo junto y contra el Rey. Es más, es otra baza para diferenciar a su jefe de los postulados del socio de Gobierno al que, sin embargo, mantiene y cuida.
Aprovechar un viaje de Estado al país de la dictadura de ex presidente Evo Morales para lanzar un manifiesto contra la ultraderecha, en el que mencionó incluso a Vox y al PP, es un ejercicio de cinismo propio de Iglesias, fiel defensor también de Maduro al que asesoró, y del que cobró pingües beneficios, del hambre de los niños y de los insumos medicos. Puro activismo, porque el vicepresidente actúa más como líder de Unidas Podemos que como miembro del Ejecutivo; como relaciones públicas con los países de América Latina, que como diplomático. Y Redondo, que lo sabe, ha puesto al pirómano en el foco del incendio. La imagen del gurú se va quemando y ya sólo sus más de 200 asesores le siguen. Ni sus bomberos oficiales en medios afines le han defendido esta semana. Redondo empieza a chanmuscarse.
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