La necesidad de socializar y de comunicar es una cualidad esencial de la especie humana. Las personas nos encontramos en una búsqueda constante y sin fin aparente de la amplificación de nuestras capacidades comunicativas. En los últimos años este esfuerzo se ha traducido en un desarrollo exponencial de las redes sociales. Como profesionales de la comunicación, creemos que las redes representan un hito equivalente a los primeros alfabetos o a la imprenta. Su impacto trasciende modelos de negocio, capitaliza la revolución tecnológica iniciada en el último cuarto de siglo XX y, lo más importante, apenas empezamos a intuirlo.
Las redes sociales nos han cambiado radicalmente y, como sucede en todo cambio de éxito, casi ni nos hemos percatado. La interacción que plantean es tan intuitiva que nos hemos convertido en avezados usuarios antes incluso de determinar su necesidad. Sin duda, la Generación Z, primera en navegar los años más críticos de socialización a través de una pantalla, es una de las más afectadas por la disrupción de las redes sociales. De hecho, la Gen-Z ha roto con los procesos comunicativos tradicionales y se ha alejado de sus vecinos los millenials.
Estos nativos digitales pasan tanto tiempo en las redes que no hacen distinción entre consumir contenido de ocio y contenido informativo: en el mundo online, su mundo, el entretenimiento y la información son uno. Sin embargo, esta simbiosis con las redes no significa que los jóvenes sean menos vulnerables a la infodemia y a las fake news. No tienen tiempo ni capacidad para asimilar y verificar la cantidad de noticias que les llegan.
Este es el retrato que nos dejó nuestra conversación con la Generación Z. Desde hace un año Torres y Carrera desarrolla una investigación social llamada Proyecto Culebras en torno a las denominadas fake news en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid. Empezamos generando bulos para analizar su comportamiento en redes y ahora estamos en la fase de evaluar cómo es nuestra convivencia con la posverdad tanto en los medios tradicionales como en las redes. Este análisis nos ha llevado a la Línea Maginot, taller creativo de la consultora, a dialogar con la Gen-Z a través de tres grupos de discusión (realizados con 19 estudiantes de entre 18 y 24 años) en los cuales aprendimos que para los jóvenes las redes no son un simple clic, sino un ecosistema donde ponderar el término verdad.
Herederos de un sistema en crisis (económica y medioambiental), son muy conscientes del peligro de los bulos y tienen una preocupación social real. Perciben que la polarización es cada vez más profunda e insalvable y que las redes sociales y los bulos han creado un tándem en el que todos hemos perdido la capacidad de distinguir la verdad de la mentira. Hasta los más jóvenes creen que ante esta perspectiva no hay motivos para ser optimistas con el futuro.
Sin embargo, del mismo modo que no sabemos el alcance que tendrán las redes, tampoco podemos infravalorar el alcance que tendrán los Z como la primera generación que va a sentir el impacto real de estas plataformas y las oportunidades que brindan. Por ejemplo, que los movimientos sociales se vuelvan globales o que la exposición a otras culturas y formas de ver la vida sea parte del día a día. Nuestros participantes en los grupos de discusión fueron tajantes: precisamente es esta exposición y la formación educativa lo que puede frenar la propagación de noticias falsas y reconciliar a la sociedad.
En los últimos años se ha abierto un debate que todavía no ha llegado a su punto álgido sobre si las redes son buenas o malas, especialmente en lo que se refiere a cuestiones como seguridad, polarización social o propagación de fake news. Es un debate efectista. Las redes, en sí mismas, no son buenas o malas. En realidad, el factor esencial que define su buen o mal uso es el individuo. Todos y cada uno de nosotros.
La pregunta que entonces debemos hacernos es: ¿cómo podemos ayudar a los Z y a las generaciones que les siguen? Quizá la respuesta es tan simple como tomándonos un poco más en serio la educación, la pedagogía y el humanismo que debe acompañar a toda disrupción tecnológica.