La salida a la luz de la actividad de Miguel Barroso, controlador ‘de facto’ del Grupo Prisa gracias a su representación de los intereses de Amber Capital, como principal asesor de Pedro Sánchez, trae por el camino de la amargura al personaje. Y es que ha quedado demostrado que Barroso sigue apostando a la actividad de “brujo visitador” con que les bautizara su antiguo jefe, ahora apartado, Juan Luis Cebrián, buen conocedor de los modos del exsecretario de Estado de Comunicación con José Luis Rodríguez Zapatero.
Por ahora, los principales accionistas de Prisa optan por mirar hacia otro lado con esta actividad de Barroso. Y lo hacen en función de posibles beneficios. Al fin y al cabo, susurrar al oído de todo un presidente del Gobierno nunca viene mal. El problema, aseguran algunos en Prisa, es que lo de Barroso sería inexportable en otros tiempos. “Prisa siempre fue el brazo mediático del PSOE. Pero antes, al menos, se guardaban las formas”, recuerdan algunos veteranos.
Son los mismos que señalan a Barroso como “cabreado” por haber quedado en evidencia tras las revelaciones sobre las presiones al exjefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo. Ese episodio ha sido decisivo, ya que marca un antes y un después: el de haber ofrecido una prueba irrefutable de lo que todo el mundo sabía y los propios protagonistas negaban.
Por otro lado, la revelación apuntó lo que ya se había señalado unos meses antes, a raíz de la renovación del Gobierno: la larga mano de Barroso en la política de fichajes para altos puestos en La Moncloa. Una maniobra que, a juicio de los expertos, podría ser tildada de “clientelismo”, con personas muy cercanas al directivo de Prisa siendo situadas en cargos de relevancia bajo su influencia. Sin olvidar las presencias habituales de gentes del entorno de Barroso como el productor José Miguel Contreras, en calidad de catedrático y “experto”, en el complejo monclovita.
Todo esto, junto a otras cuestiones que irán apareciendo, tiene de los nervios a Barroso, que ve enemigos y manos negras por todas partes. No le faltan razones, ya que el número de cadáveres que ha ido sembrando a lo largo de los años es elevado. Eso, sumado a algunos ‘patinazos’ de sus pupilos, da para estar inquieto.
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