El fallecimiento de Miguel Barroso el pasado sábado, apenas llegado a España desde Cuba -donde pasaba largas temporadas en una casa en Siboney y que era considerada su segunda patria, por sus vinculaciones personales, literarias y sentimentales-, ha dado paso, tras la sorpresa inicial, a la sensación de que su desaparición va a generar profundos cambios, en los terrenos en los que movía su actividad: el mediático y el político. Al fin y al cabo, Barroso era, probablemente, uno de los hombres más influyentes en la España actual.
El porqué de esa influencia tenía que ver con dos cuestiones. Por un lado, su papel como consejero ‘alfa’ de Prisa, ‘pastoreando’ el desembarco de Amber en la antigua casa de Jesús Polanco. Por otro, por su labor, discreta y en la sombra, como ‘susurrador’ de Pedro Sánchez y de La Moncloa, donde incluso colocó a diversos peones. Sólo así se entiende que su desaparición puede suponer también un fin de ciclo que llega, en ambos casos, en momentos complicados.
La incógnita de Prisa
Con la desaparición de Barroso, cae el principal dique de contención y control de la línea editorial y de la presencia de Amber, representada por Joseph Ourghoulian, en el Grupo Prisa. En su papel de consejero ‘alfa’, Barroso había venido aplacando al representante del fondo Amber, que hasta hace unos meses aseguraba a quien quisiera oírle en el sector que vendería las acciones en Prisa si se las pagaran a un precio razonable. Barroso había sido fundamental en retenerlo, tanto como los intereses de Amber en alguna otra empresa estratégica española.
Ahora, comienzan las incógnitas, y más después de que días atrás Alessandro Salem, consejero delegado de Mediaset, volviera a hacer público el interés de Mediaset por una radio, siguiendo los pasos del defenestrado Borja Prado y Colón de Carvajal. Además, está la cuestión de Vivendi, deseosa de aumentar su participación en el accionariado, según parece frenada hasta ahora por el Gobierno desde fuera y por Barroso desde dentro. Al fin y al cabo, Vivendi está considerada como una empresa de tinte conservador.
Otra incógnita más en Prisa: ¿Quién cubrirá el puesto de Barroso en su consejo de administración? A día de hoy, nadie se atreve a aventurar un nombre. Y es que ninguno está a la altura del fallecido, si bien en la estructura del Grupo se dan cita amigos y compañeros de negocios políticos y profesionales como Andrés Varela (consejero dominical) o José Miguel Contreras (al frente del área audiovisual), amigo íntimo de Miguel Barroso.
Además, ¿en qué medida puede influir la ausencia de Barroso en el mantenimiento de ciertas apuestas como Pepa Bueno, directora de ‘El País’, o Ángels Barceló en la mañana de la SER?
El PSOE, huérfano
Sin embargo, Prisa no es la única pata que cojea con la desaparición de Barroso. En su papel de asesor ‘histórico’ del PSOE, más público durante el zapaterismo y más discreto con el sanchismo, Barroso había conseguido -a pesar de cubrir sus pistas, ayudado por algunos de sus deudos- gozar de un poder ilimitado… hasta el punto de haber segado la hierba bajo los pies de Iván Redondo, en una operación para colocar a sus alfiles en La Moncloa.
Así, tras la salida de Redondo como director del gabinete de Presidencia y Miguel Ángel Oliver de la Secretaría de Estado de Comunicación, desembarcaron en Semillas protegidos suyos como Óscar López, Francesc Vallés o Isabel Rodríguez.
Ahora, sin embargo, este grupo queda descabezado y a la espera de ver por dónde caminan. Barroso marcaba líneas de actuación y no es casualidad que algunas personas de su entorno como Contreras o Luis Arroyo –ahora también en el Ateneo– movieran la asesoría a candidatos socialistas, incluyendo el propio Sánchez. En ocasiones, con escaso éxito, como sucedió en el debate del 23-J.
Obsesionado por el relato y el discurso a través de unos medios potentes, Barroso fraguó la entrada en Prisa y el marcaje de este grupo al servicio de Sánchez. No consiguió todo el éxito esperado en el terreno televisivo, donde hizo todo lo posible por poner palos en la rueda de laSexta (cuya fundación amparó desde Moncloa en su momento) al considerar que la cadena tenía criterio propio. Para ello, puso a alguno de sus peones a conseguir la obtención de contratos en RTVE, marcando un doble objetivo: surtir de productos ideológicamente claros a la Corporación y, de paso, sacar beneficio de su presupuesto público.
Tampoco algunos de sus momentos con Moncloa fueron fáciles. Se pudo ver de forma reciente cuando se decidió situar a Miguel Ángel Oliver como presidente de EFE. Una medida que no gustó a Barroso, ya que recuperaba a un damnificado por sus maniobras y, de paso, liquidaba a Gabriela Cañas, ésta sí afín al de Prisa. Las baterías del grupo editorial enfilaron dicha designación con toda su potencia.
Con este panorama, no sorprende que haya todo tipo de quinielas. Y es que Barroso era mucho más que un simple consejero. El hombre que velaba sobre Prisa, tenía un ojo en RTVE, susurraba al oído más influyente de Moncloa y mantenía un control discreto sobre sus áreas más importantes, entre otras cuestiones. Cubrir su pérdida será, literalmente, imposible. D.E.P.
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