¿Qué ejemplar del Pleistoceno periodístico sigue agitando las partes colgantes de su atrabiliario rostro, que le llevaron a ser conocido con dicho apodo en cierto diario de cuyo nombre mejor no acordarse, mientras declama con su habitual tono pedante en los cuatro sitios contados donde le reciben, dicen que por intermediación de su amigo el de la Polla de Hierro, al que tanto -lo de bien es otra cosa- sirvió en su momento que abogó por situarle -oh, símbolos- en una empresa de residuos nucleares?