Los psicólogos describen el burnout o síndrome del trabajador quemado como una sensación persistente de agotamiento y alienación ante el trabajo, que se trata de un fenómeno laboral, no de una enfermedad mental. Lo que no significa que sea menos importante, solo que no obedece a una condición interna del que la sufre.
Informes de la propia OMS estiman que cada año se pierden 12.000 millones de días de trabajo debido a la depresión y la ansiedad, lo que cuesta a la economía mundial casi un billón de dólares. Y aunque no todos los casos son tan extremos, hay gente que no está deprimida, solo está quemada con las condiciones laborales y esto les lleva a no querer trabajar y desarrollar otro tipo de problemas como consecuencia de esta situación.
Ahora bien, tras el parón estival, la situación de aquellos trabajadores que sufren al ir a trabajar, ¿mejora? Se suele decir que volvemos de las vacaciones con las pilas cargadas, pero, según los expertos, la gestión del estrés no funciona de ese modo. Un metaanálisis publicado en la revista Journal of Occupational Health descubrió que las vacaciones reducían ligeramente el agotamiento y las dolencias asociadas al trabajo.
Pero, la realidad es que sus efectos se van erosionando nada más poner un pie en la oficina hasta desaparecer totalmente entre las dos y las cuatro primeras semanas de trabajo. El estudio señalaba también que los beneficios de este tiempo de relax no están relacionados con su duración. Y es que, aunque un periodo de descanso proporciona alivio al reducir el estrés y permitir desconectar del trabajo, no aborda las causas profundas del burnout, como la sobrecarga laboral, la falta de control o un entorno laboral tóxico.
Los beneficios de las vacaciones son limitados
Al fin y al cabo, aunque las vaciones permiten a los trabajadores descansar, desconectar, dedicarse más tiempo a ellos mismos… Al final todos sus beneficios, al darse en un corto periodo de tiempo, resultan “insuficientes”.
Son muchos los casos en los que el trabajo ocupa una parte tan importante del tiempo de las personas que no es que el malestar vuelva rápido tras las vacaciones, sino que los propios trabajadores no logran desconectar completamente durante las vacaciones, especialmente si continúan revisando correos electrónicos o atendiendo problemas laborales. Esto impide un verdadero descanso y la recuperación emocional necesaria.
Además, los psicólogos hacen hincapié en que las vacaciones no eliminan problemas estructurales como la falta de control sobre el trabajo, la falta de apoyo o el conflicto con compañeros o superiores. Si estos problemas persisten, el burnout no se resolverá a largo plazo y necesitará de un apoyo por parte de profesionales que sepan cómo mejorar la situación y las emociones de la persona afectada.
En definitiva, las vacaciones pueden ser un buen recurso para aliviar temporalmente los síntomas del burnout, pero no son una solución definitiva. Si no se toman medidas para abordar las causas subyacentes del estrés laboral crónico, el alivio será temporal, y los síntomas del burnout volverán con el tiempo.
Un enfoque integral que incluya descanso, cambios en el entorno laboral y estrategias personales de gestión del estrés es fundamental para tratar y prevenir el burnout a largo plazo. En cuanto, a las vacaciones, por ejemplo, para que sus efectos sean mayores, los expertos recomiendan espaciarlas en bloques de unos diez días a lo largo del año.
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