La ‘condesa liberal’ Esperanza Aguirre anda en campaña, si no política, sí buscando vender el libro que ostenta su nombre en la portada y que sigue la estela de sus otros ‘best sellers’. ‘Yo no me callo’, llegó a firmar uno.
Título perfecto para una forma de ser, nunca mejor dicho, que busca ser protagonista a toda costa. Quienes conocen a la individua saben que nunca ha sido capaz de asumir que su carrera política, tras varias dimisiones y ‘reapariciones’, terminara saliendo pitando tras la detención de su ‘delfín’ Ignacio González, por todos conocido como ‘El chino’. Qué gran verso hubiera declamado Quevedo con esa escena.
Desde entonces, Aguirre anda otorgando lecciones a todo quisque. Y como su egoísmo -de ego- siempre ha sido más poderoso que las siglas que le dieron un Ministerio y una Presidencia de Comunidad -esta última, con la ayuda de ciertos empleados de un grupo mediático arruinado, de cuyo nombre es mejor ni acordarse pero que fue bien retribuido con posterioridad-, ahí continúa, echando mierda y metiendo presión incluso a Carlos Mazón, con gran aplauso de esa izquierda que dice combatir. Y como de costumbre, tirando la piedra y alegando “decisión personal”. Lo de siempre. Lecciones vendo…
La pedagoga de la ética Aguirre es la misma que tardó más de una década en presentar la dimisión porque no tuvo constancia de toda la mierda que bajaba por las cañerías de su Gobierno madrileño. Debe ser que el bueno de Regino, que al menos tenía lecturas, andaba escaso de tiempo para ampliarle las lecciones sobre Hayek, Friedman y el padre Vitoria hasta llegar a los meandros de la lucha fratricida entre el ‘paleto’ Paco Granados y ‘el chino’ Ignacio González.
La condesa no se enteró de lo que se movía bajo las faldas de su mesa camilla. Y no fueron los únicos, desde su ‘niño bonito’ Alberto López Viejo en la Gürtel a las puñaladas traperas de la guerra civil contra Alberto Ruiz Gallardón, denuncias de espionaje mediante, o las andanzas de Manolo Soriano y Curry Valenzuela en Telemadrid.
Poca cosa todo para nuestra Thatcher castiza de guardarropía, siempre franqueada por la tropa de ‘caspas’ habitual con Arturo Fernández (el de los restaurantes, no el actor) a la cabeza. Liberal de boquilla que con dinero público infló a Julio Ariza -el que ni paga ni indemniza-, colocó a todos los que tocaban la entrepierna a la dirección nacional del PP con cargo a la Comunidad de Madrid e hizo padre (radiofónico) a Federico Jiménez Losantos para colapso y patatús de los curas de la Conferencia Episcopal.
Algún día, a lo mejor, Pedrojota nos lo cuenta con más detalle, que para eso lleva medio siglo de director, o así, compitiendo con Tutankamón y Luis María Ansón. Y es que ese liberalismo de pitiminí tampoco estaba reñido con la generación de ilustres prosapias en las que todo quedaba en familia.
Que se lo digan a su exconsejero Borja Sarasola, que entroncó con Pedro Antonio Martín Marín, exsecretario de Comunicación de José María Aznar e íntimo de ‘El Chino’ González, bajo la advocación del Canal de Isabel II, que no sólo regó los predios madrileños con agua.
No faltaron los nombres clásicos, como el inevitable José Antonio Sánchez, el hombre para todo presente en todas las charcas, desde los ‘papeles de Bárcenas’ a las fiestas de Paco El Pocero, pasando por TVE o Telemadrid.
Tampoco los alevines que, con el tiempo, crecieron y pasaron de hacer llamadas al programa de Curri Valenzuela para defender a doña Espe como si fueran ciudadanos anónimos y normales a elevar sus carreras políticas. ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos de atufarse en las capeas de Ballarín y sus muchachos del distrito Moncloa!
Y con todo esto, más una magnífica saga/fuga por la Gran Vía madrileña tras ser multada por agentes municipales, Aguirre aún se permite dar lecciones a Mazón y a todo el que pasa. Como dicen los chavales de ahora, señora, suéltenos los brazos, dedíquese a su golf y a sus chorradas pero no nos tome por idiotas, que todavía hay ropa por lavar y secar de su paso por la Puerta del Sol.
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