En la Tierra a jueves, diciembre 4, 2025

LOS EXPERTOS YA RECOMIENDAN INTEGRAR LA VARIABLE DEL CALOR EN LAS POLÍTICAS DE SALUD MENTAL 

El calor también impacta en la salud mental

LA DESIGUALDAD TÉRMICA SE TRADUCE EN DESIGUALDAD EMOCIONAL; LAS PERSONAS CON MENOS RECURSOS SUFREN MÁS ESTRÉS AMBIENTAL Y, EN CONSECUENCIA, MAYOR VULNERABILIDAD PSICOLÓGICA

Reconocer que afecta al estado emocional tanto como al físico es un primer paso para abordar un problema que, con el avance del cambio climático, dejará de ser una excepción veraniega y pasará a convertirse en parte habitual de nuestras vidas

Las olas de calor no solo se sienten en la piel: también impactan en la salud mental. Cada verano, los termómetros baten récords y el debate suele centrarse en los riesgos físicos de la deshidratación, los golpes de calor o las enfermedades respiratorias agravadas por las altas temperaturas. Sin embargo, la comunidad científica ha empezado a demostrar que el calor extremo tiene un efecto directo en el bienestar psicológico, alterando desde el estado de ánimo hasta la capacidad de concentración.

El cerebro es especialmente sensible a los cambios de temperatura. Cuando el calor es persistente, el cuerpo necesita un esfuerzo extra para autorregularse, lo que genera un desgaste fisiológico que termina influyendo en la estabilidad emocional. No es casualidad que en días de bochorno sea más difícil dormir bien, lo que repercute en irritabilidad, ansiedad y falta de energía. Un sueño interrumpido o de mala calidad, repetido durante semanas, puede convertirse en un detonante de problemas más serios de salud mental.

Diversos estudios apuntan a que las altas temperaturas se relacionan con un incremento en los niveles de estrés y agresividad. En climas extremos se han registrado aumentos en los conflictos interpersonales y en la violencia urbana, algo que se atribuye a la combinación de incomodidad física, menor tolerancia a la frustración y cambios hormonales asociados al calor. Es un recordatorio de que el clima no es un telón de fondo neutro, sino un factor activo que moldea la conducta social.

La productividad laboral también se resiente. En oficinas, fábricas o incluso en el teletrabajo, la falta de un entorno fresco dificulta mantener la concentración. Esto no solo reduce el rendimiento, sino que puede amplificar la sensación de frustración y cansancio mental. En este contexto, la brecha social se hace más evidente: quienes carecen de acceso a sistemas de climatización sufren de manera desproporcionada los efectos psicológicos del calor.

Una carga adicional para las personas que ya sufren problemas de salud mental

El impacto no se limita a la irritabilidad. Investigaciones recientes han observado una correlación entre las olas de calor y un repunte en los síntomas de depresión y ansiedad. El calor extremo genera una carga adicional sobre las personas que ya viven con problemas de salud mental, complicando su manejo y aumentando el riesgo de crisis. Además, puede agudizar la sensación de aislamiento, ya que muchas personas optan por evitar actividades sociales en exteriores durante los días más sofocantes.

A nivel urbano, el cemento característico de las grandes ciudades intensifica el problema. Las zonas con menos vegetación y mayor concentración de asfalto retienen más temperatura, lo que crea microclimas en los que la vida diaria se vuelve especialmente dura. Esta desigualdad térmica se traduce en desigualdad emocional: los barrios con menos recursos sufren más estrés ambiental y, en consecuencia, mayor vulnerabilidad psicológica.

Frente a este escenario, los expertos recomiendan integrar la variable del calor en las políticas de salud mental. No basta con hablar de hidratación y ventiladores; es necesario diseñar estrategias de prevención que reconozcan la relación entre temperaturas extremas y bienestar psicológico. Promover espacios verdes, facilitar refugios climáticos accesibles y garantizar una vivienda digna y fresca son medidas que también inciden directamente en la mente.

El calor no es solo una cuestión meteorológica, sino un desafío de salud integral. Reconocer que afecta al estado emocional tanto como al físico es un primer paso para abordar un problema que, con el avance del cambio climático, dejará de ser una excepción veraniega y pasará a convertirse en parte habitual de nuestras vidas.

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