España arde hoy por el fuego literal, avivado por el cambio climático, la sequía extrema y la falta de gestión forestal, pero también por la sospecha creciente de que algunos de los territorios devastados por las llamas coinciden con zonas en disputa por grandes proyectos extractivos o energéticos, como parques eólicos en Galicia o la proyectada mina de litio en Cáceres.
No hay pruebas (pero para algunos, tampoco dudas) de que estos incendios están vinculados con tales intereses. Así, para muchos colectivos locales, el fuego no solo arrasa bosques y pueblos, sino que abre la puerta a la especulación y a una mezcla de miedo, indignación y desconfianza hacia las instituciones y las grandes corporaciones.
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