En la Tierra a domingo, noviembre 30, 2025

UN RELATO DE LO QUE ERA ESO DEL VERANO CUANDO ÉRAMOS NIÑOS LOS DE LOS SESENTA

EL PUTO VERANO (1)

ONCE HORAS DE MADRID A BENIDORM… ¡QUÉ DIFERENTE!

Quizá la nostalgia sea el resultado de un recuerdo optimista de nuestra infancia, una etapa en la que creemos haber sido felices y en la que, con toda seguridad, nos cuidaban. El recuerdo de nuestro pasado nos reconforta emocionalmente, al tiempo que genera la creencia de que las cosas irán mejor porque en otro tiempo ya fueron bien, ¡por los cojones!….

Tal vez la antropología social y cultural, disciplina que se centra en las normas sociales y en cómo las personas interactúan dentro de una sociedad, sepa explicarlo; pero uno no sabe por qué ni cómo, el verano dejó de ser lo que era para convertirse en una pesadilla de verano. Quizá por eso no es extraño que lo entendamos como un tiempo pasado: porque con la edad hemos comprendido que el verano era un recuerdo en parte real y en parte imaginario, que nuestra niñez interpretaba como una promesa de felicidad.

Cuánta verborrea para hablar de la SEAT de Barcelona, que podía haber ido a Andalucía, ¿verdad Paco?, eso sí, con licencia FIAT. A la Italiana Marcelo… ¡Qué inventen otros!

A mediados de los sesenta, salir de vacaciones suponía una aventura epopéyica para la que había que estar dotado del espíritu de los descubridores del Nuevo Mundo. Poseer un SEAT 600, constituía un privilegio que simbolizaba prosperidad económica y facilitaba la independencia que la libertad requiere, para creerse libre, aunque fuera mentira. Adquirir un trasto de estos suponía una gran inversión y una larga lista de espera hasta recibirlo y, además, para sacarle el máximo rendimiento, había que poseer la habilidad necesaria para la distribución de cargas, sobre una baca que sobresalía de su techo, ajustada con unos soportes de goma que se comía el sol. Había que ajustar algún bulto sobre las rodillas de la abuela, ya que en el maletero delantero no cabía ni una bolsita de té. A pesar de sus dimensiones, no era extraño observar el desplazamiento de familias numerosas a bordo de este modelo por carreteras de doble sentido, estrechas como cicatrices, donde se realizaban innumerables paradas para comprar fruta, llenar el botijo o dejar que los niños cambiaran el agua al canario, cuando no tirar el orinal por la ventanilla, que de todo había… Transcurridas no menos de once horas desde Madrid, alcanzaban la playa de Benidorm y sus aguas cristalinas. Entonces el piloto se sentía Núñez de Balboa cuando divisó el Pacífico. ¡Blancos como la nata! aprendiendo a nadar y no ahogarse con los tomates y la sandía fresquita… Y, gritaba un hiperlipémico de 130 kilos con las piernas rojas como el alma de Stalin: “Hay patatas fritas calentitas”… Al final, el gordo de las patatas se casó con una sueca de largos muslos y cuenta remunerada en dólares… No se entendían, pero el calor, el amor, la sandía… ¡Ah!, y las almejas, que las suecas, al parecer, son gratas de comer…

Hoy, sin embargo, las vacaciones ya no tienen nada de aventura. Se viaja en coches con climatizador por zonas, se llega en tres o cuatro horas a cualquier playa de aguas turbias por autovías infinitas y, aun así, la sensación que queda no es de conquista, sino de derrota. Derrota al buscar aparcamiento, al clavar la sombrilla en una playa, donde cada metro cuadrado está ocupado por cientos de toallas ajenas, o al hacer cola en el chiringuito para pagar 20 euros, por una ración de calamares congelados, recién pescados. Y todo ello, rodeado de un paisanaje de seres destruidos, como el que se encontró Balboa en América y que, lejos de ser exótico, parece sacado de un reality de Mediaset: reguetón a todo volumen, camisetas de baloncesto, gorras de béisbol, sombrillas clavadas como fronteras nacionales, voces desmedidas y la sensación permanente de que el verano ya no es felicidad, sino postureo.

En paralelo, los veteranos de aquellos viajes en SEAT 600, sobrevuelan el asfalto en carritos eléctricos, como si quisieran escapar del plató del coñazo de Juan y Medio o de la Campos, menuda señora más pesada, que encima deja dos brasas en proceso de reconstrucción y al Pipi calzaslargas con su tupé que cada día está más clareado…

Quizá por eso, cada vez que pensamos en el verano lo hacemos más con añoranza que con ilusión. Nostalgia de aquellas vacaciones que olían a crema Nivea y a filete empanado, cuando la playa parecía infinita y el mar no era un decorado para selfies, sino un misterio azul, que nos dejaba los labios salados y las rodillas raspadas. Hoy, mientras la realidad se parece a un plató de televisión mal iluminado, seguimos buscando en vano aquel verano que, más que un destino, era una manera de estar en el mundo.

Nunca conseguí terminar mi castillo de arena, con mi cubo, mi pala, mi padre, el padre Domingo Ortega y el mismísimo Neptuno, siempre pasaba alguien mirando distraídamente y lo pisaba. Allí fue donde por primera vez pudimos ver como los extranjeros eran diferentes. Traían Mercedes que nos adelantaban y hoy traen pensiones que nos convierten en la sucursal del Musul… Cada día más quemados por el sol que dicen que hoy es diferente… Más abandonados, más sorprendidos y echando de menos lo que pudo haber sido y no fue… Un invento de ¡DonManuelFragaIribarne!, ¡DonManuel! para los amigos, como el orujo.

pedro de aparicio y pérez de Lucentis

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