Eran los ochenta. Habíamos pasado los sofocos, el SEAT 600 y el 1400B… las novias de ramo de flores arrancadas en parque público con olor a meados de can… Llegaba la universidad, las novias ‘formales’.
De aquella me hallaba en los brazos de Ana. Una niña maravillosa que vivía en una zona pudiente de Madrid y trabajaba en una clínica como destacada enfermera. La conocimos en una fiesta en la Facultad de Medicina y allí surgió el ‘amor’. Uno de mis amigos se enamoró de la hermana de Ana y salimos los cuatro a tomarla a vivirla, compartirla y risas…
Ana era una mujer inteligente y capaz de todo. Tenía una formación muy sólida y hablaba de sus padres, de los que nunca decía, nada más y nada menos, que eran los mejores padres del mundo. La acompañaba hasta el portal de su casa y allí nos despedíamos. En alguna ocasión la acompañé hasta la planta, mientras no asomase un vecino tocapelotas que solicitara a ladridos el ascensor… Era como lo del SIMCA 1.000…
‘Mañana salimos con papá y mamá a Guardamar’… ¡Guay! Pues, el finde nos bajamos a veros y comemos con tus padres y luego más risas… En aquel momento trabajaba en una empresa que tenía a medias con un arquitecto y nos dedicábamos a hacer control de calidad (no existía casi nada o nada)… probetas de cemento… la construcción da mucha pasta y si no tienes escrúpulos te haces asquerosamente rico. Tenía un BMW 635, llenamos el depósito y a por nuestras chicas…
Besos, abrazos, emociones… Habían pasado tres días y parecía que llevábamos diez años separados. Conocimos a los padres y la madre, sin temblarle el pulso nos dijo: ‘¿Venís esta noche a cenar a casa?’ Les dijimos que no, que les invitábamos nosotros, que conocíamos un restaurante muy de moda de lo mejor… Pero, la cara de la madre fue: en casa se está mejor… ¡En qué hora! Nos dijo la madre, con la mano dando vueltas a lo Windsor, nos hemos quedado sin aceite y teníamos unas varitas de merluza… deshechas, quemadas, pegadas… ¡Qué asco! Las acompañaron con unas ‘gambas de cebo’ por el tamaño y la cara de pena que tenían y se bebieron las cuatro botellas de champán de Valerie en media hora…
Mi melena empezaba a clarear por el cortisol, estaba todo el día a leches para poder sacar adelante todos los líos en los que me metía. Mi Ana se dio cuenta y me dijo: ‘En la vida estaría con un calvo”, por lo que mandó a pastar. Me alegré,,, Y al pasar los años, cuando ya era un viejo de 35 me encontré con Ana y su bombilla paseando por la sala de Las Meninas, yo estaba con mi buen amigo David de Ubaldis, observando el parecido entre la composición de la Infanta y una Estupa India. ¡Pobre Ana! eligió mal… jajajajajajaja… Y, sí, coincidimos en que era una Estupa India…









