Los incendios forestales que este verano han arrasado en España más de 400.000 hectáreas no solo dejan tras de sí un paisaje devastado. La quema masiva de vegetación ha liberado a la atmósfera más de 13 megatoneladas de dióxido de carbono, además de una nube de contaminantes invisibles que suponen una amenaza directa para la salud, incluso en lugares muy alejados del fuego.
Entre esas emisiones destacan las partículas finas PM2.5, capaces de penetrar en los pulmones y la sangre, que incluyen compuestos altamente dañinos como hidrocarburos aromáticos, benzopireno o reteno. Investigaciones recientes advierten que la toxicidad de estas partículas podría estar siendo subestimada hasta en un 93 %, lo que multiplica su potencial peligro.
Un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona señala que por cada incremento de 1 µg/m³ de PM2.5 la mortalidad general aumenta un 0,7 %, mientras que los problemas respiratorios se disparan un 1 % y los cardiovasculares un 0,9 %. La estimación es contundente: hasta 535 muertes anuales en Europa podrían estar relacionadas con este tipo de contaminación, una cifra muy por encima de las 38 que se contabilizaban de forma habitual.
El riesgo no se limita a quienes viven junto a los focos de fuego. Los vientos pueden transportar estas partículas a cientos de kilómetros, extendiendo sus efectos a poblaciones que ni siquiera perciben el humo de forma visible. Ante ello, los expertos recomiendan medidas de autoprotección como usar mascarillas filtrantes (N95 o FFP2), cerrar puertas y ventanas, evitar la actividad física al aire libre y acudir al médico si aparecen síntomas persistentes.
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