Más de diez meses ha tardado Maribel Vilaplana en romper su silencio, y lo ha hecho en una carta abierta dirigida a los medios en la que detalla la duración de su reunión con Mazón en El Ventorro y denuncia los bulos que se impusieron como una realidad distinta, acogida con interés por una mayoría receptiva a la fantasía de unos voceros que utilizaron las sospechas como elemento añadido a una combinación de factores —y a la propia persona de Vilaplana— para dotar de morboso relato a un episodio doloroso.
Si bien en su misiva la periodista y portavoz del Levante U.D. aporta la rectificación de un dato —pues retrasa el momento de su salida de El Ventorro, ubicándolo entre las 18:30 y las 18:45 horas—, alega: “En su momento, en medio de la vorágine con que se desencadenaron los hechos, el desconcierto y la presión vivida, no dimensioné la importancia de ese desfase horario inicial que se hizo público”, y deja claro que, tras consultarlo con personas cercanas, consideró necesario aclarar este punto. Asimismo, la periodista —que no cita a Carlos Mazón por su nombre en ningún momento— declara que no fue consciente de la gravedad de lo que estaba sucediendo y que fue, en su domicilio y tomando verdadera dimensión de lo ocurrido, cuando contactó con el presidente: “Le trasladé mi angustia, y también le pedí, de forma muy clara, que por favor, mi nombre no saliera”. Ahora admite que fue una torpeza, pero que entendía injusto quedar vinculada a un capítulo tan doloroso cuando no había tenido nada que ver: “Ese silencio, aunque bienintencionado, alimentó la especulación y desembocó en un acoso brutal”.
Vilaplana describe como una “auténtica pesadilla” los días posteriores y cómo aquello derivó en una hospitalización: “Cuando finalmente se dio a conocer públicamente que yo era la persona que había estado con el presidente durante aquella comida, mi cabeza estalló. Entré en un shock que me llevó a un ingreso hospitalario”. La periodista sostiene haber sufrido estrés postraumático, lo que la llevó a someterse a una dura terapia psicológica. Revela que su salud mental quedó gravemente dañada por la exposición pública y que la “extremadamente delicada” situación que vivió tras recibir el alta hospitalaria aún perdura. Denuncia haberse convertido en diana, víctima del morbo y del machismo rancio, por lo que reclama no ser utilizada como arma política. Se pregunta si realmente habría pasado lo mismo de tratarse de un hombre: “¿Habría despertado tanto morbo, tanto machismo rancio y tanto prejuicio?”. Ese “enfoque profundamente sexista” ha servido como cortina de humo para desviar la atención de lo verdaderamente importante: esclarecer las responsabilidades derivadas de aquel día.
Entre otras reacciones, la carta abierta de Maribel Vilaplana desencadenó la inmediata indignación del ínclito Iñaki López —ese tipo que pone todo su empeño en que se le llegue a considerar la última mierda de su profesión—, quien, visiblemente enajenado y acompañado de esa peor versión de Aramís Fuster en sus malos tiempos que es Cristina Pardo, se preguntaba a voz en cuello, responsabilizando a Mazón: “¿En qué cabeza cabe que no estés desde el primer minuto entregando toda la información sobre esa comida? Aclararía mucho que nos diera la factura”. Al cabo, será que despejar la diferencia de media hora o saber si comieron congrio o rodaballo nos haga ser una sociedad más justa, donde las razones de interés político no conviertan una comida de trabajo en un laberinto sin salida y donde no prevalezca el trato implacable e inhumano que, en ocasiones como ésta, nos arrastra por el lodo del chisme y de la patraña.
Sin la huella de cruda realidad que Vilaplana deja en su carta abierta, no resultaría tan infumable la reacción de esa pareja —cuya estructura mental está hecha para el bulo— que ocupa las aburridísimas tardes de La Sexta. No deben de ser personas de carne y hueso, a juzgar por esa manera suya de pasar por alto una realidad que ellos mismos ayudaron a construir, inflamando la imaginación de su audiencia, a la que, de alguna manera, contagian su monstruosidad y su espanto.
Y así, entre facturas imaginarias, cronómetros histéricos y tertulianos de saldo —como el autor de Marica de Terciopelo— lo único que de verdad se consolida es un sistema donde el bulo manda, la mentira se premia y la verdad sobra. Un régimen tan grotesco como cotidiano al que, con toda justicia, solo podemos llamar BULOCRACIA.
pedro de aparicio y pérez de Lucentis…









