En Moncloa deben estar muy tranquilos ante la oleada de hostias no consagradas que andan cayendo en la prensa internacional. Para eso está su Kissinger de Consum, José Manuel Albares, que seguramente arreglará un desaguisado -otro más- en el que su jefe ha vuelto a meternos de rebote siguiendo su línea de ‘cada día, una victoria, y luego ya se verá’.
Mientras el ministro de los entorchados se apresta a combatir la oleada de críticas internacionales -temblad, malditos, que como decían en otros tiempos, si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos-, la palmerada habitual aplaude a un jefe de Gobierno lanzador de ‘fatwas’ y a sus huestes de orcos a los que la causa palestina, con perdón, les importa una higa más allá del postureo y de la oportunidad de movilizar a sus sectas. Algunas, por cierto, con protección al lado, porque antisistemas, sí, pero lo justo.
Lo peor, o lo mejor, que ya no se sabe, de todo es que en todo este entramado parece que alguien no ha tenido en cuenta ciertas conexiones. Porque, ¿se puede estar metiendo el dedo en el ojo a Israel cuando uno de los partidos de los que depende tu Ejecutivo es claramente proisraelí? ¿Es conveniente tocarle las pelotas, hablemos claro, a Tel Aviv cuando el software de Pegasus utilizado por los marroquíes llegó desde allí? ¿Hablamos del genocidio en Gaza y nos callamos lo del Sáhara y Tinduf, habitual causa de la izquierda española que llegó a implantar una militancia turística a los campos de refugiados en Argelia que, de repente, ha desaparecido porque nos llevamos fetén con Marruecos, portaviones de Israel en el Magreb?
Quien quiera entender, que entienda.










