“A la escuela le debemos
nuestras nobles aficiones
y todo cuanto sabemos
¡Viva el Rey, viva el Estado
que con tales instituciones
siempre nos han colmado!”
Los mellizos Leo y Manuel son los hermanitos pequeños de Aitana, todos hijos de un tabernero de crowdfunding y de una confesa apasionada del tarot. A diferencia de su hermana, para ellos las calificaciones escolares no representan un objetivo en sí mismas. Serán autodidactas, gozarán de libertad artística y serán educados en la conciencia social y en la importancia de la democracia.
Sus padres han decidido matricular a los niños de siete años en el cole-ecocentro, un colegio privado en la localidad madrileña de Las Rozas. Dicho así, pudiera parecer que poder adquisitivo y educación son términos disociados, pero en este caso es la consecuencia lógica de un determinismo social: tanto Pablo Iglesias como Irene Montero hace tiempo que dejaron de pertenecer a la clase trabajadora para convertirse en casta política. Con esta última decisión, se suman tantas contradicciones a su historial que podríamos decir que su comportamiento moral más relevante es la pura hipocresía.
Esta nueva incoherencia —condenar a sus hijos a comer quinoa por un tubo, tofu en adobo, pipacilla (nocilla casera) y celebrar el 8M como parte integral de una formación exclusiva— resulta absolutamente contraria al código ético de la formación que, según se cuenta, se diseñó en la cuarta planta de la Embajada de los EE. UU. en España para domesticar a los descontentos de la izquierda. Pero, como no es la primera ni la más sonada, podríamos entender que el “comunista de caviar” ya ni engaña ni disimula. No es más que la expresión de alguien que, como cualquier padre, quiere lo mejor para sus hijos. Exactamente igual que cuando trasladó su residencia de un barrio obrero al chalet de lujo de Galapagar, cuya compra justificó porque estaba al lado de una escuela pública de enseñanza alternativa que, según él, debía ser el futuro colegio de sus hijos. Así lo remarcó también: “He votado en el colegio público, donde espero que vayan mis hijos. Hoy muchos españoles irán a colegios públicos. Es un día hermoso para recordar el valor de la educación pública”.
Leo y Manuel, por efecto de la presión social, acabarán creciendo en la educación privada contra el deseo inicial de un padre que se ha significado como apologeta de la educación pública. Para Iglesias, la privada era “un mecanismo de segregación social, donde las familias de más recursos se separan del resto” y “no está pensada para que vaya todo el mundo, está pensada para una minoría que se lo pueda permitir”. Efectivamente, no todo el mundo —y menos aún sus votantes— puede ofrecer a sus hijos una educación con opción ovovegetariana y con bebidas de arroz o de avena.
A mi entender, esto supone una doble discriminación: hacia la hija, que debe soportar la misma presión social que sus hermanos, y hacia los votantes, que asisten a la inconsecuencia de un matrimonio que un día enarboló la bandera contra la educación privada. En resumidas cuentas, no debería haber caído en saco roto aquella afirmación de Iglesias: “A los niños que vienen de familias con menos recursos no les admiten en los colegios privados. Porque papá y mamá que quieren llevar al niño al colegio privado súper especial no quieren que haya niños gitanos, ni que haya niños que sean hijos de migrantes marroquíes, ni de migrantes ecuatorianos, ni de gente de clase obrera en general. Por eso llevan a los niños al privado: porque no quieren que se mezclen con los niños de clase obrera. Entonces no hay libertad. El problema es que lo que algunos quieren es una educación para ricos, que se la puedan permitir”.
En definitiva, la decisión de los Iglesias-Montero no solo refleja la eterna contradicción entre el discurso y la práctica, sino que también expone la fragilidad de los principios cuando se enfrentan a la conveniencia personal. La educación, ese pilar que debería ser un instrumento de igualdad, acaba convertida en un símbolo de estatus y en un mecanismo de separación. Y es precisamente en esa distancia entre lo que se predica y lo que se hace donde se mide la verdadera coherencia política.
Hermano Policarpo de Brun…









