Una de las tendencias dietéticas más persistentes y debatidas en el mundo del bienestar es la dieta alcalina, un enfoque que sostiene que la clave para una salud óptima y la prevención de enfermedades reside en mantener un equilibrio de pH ligeramente alcalino en el cuerpo.
Esta filosofía promueve que ciertos alimentos y hábitos dejan una “ceniza” alcalina en el cuerpo tras la digestión, contrarrestando la acidez producida por dietas modernas ricas en carnes, lácteos y cereales. Sus defensores afirman que este simple ajuste dietético puede alejar enfermedades, mejorar los niveles de energía y fortalecer los huesos.
El concepto fundamental que impulsa la dieta alcalina es que un medio alcalino aleja las enfermedades. La creencia popular entre sus seguidores es que muchos patógenos y células disfuncionales (incluidas las cancerosas, citando a menudo interpretaciones simplificadas del trabajo del Dr. Otto Warburg de la década de 1930) prosperan en un entorno ácido, pero no pueden sobrevivir o replicarse en un cuerpo con un pH saludable, ligeramente por encima de 7.0.
Los esfuerzos para lograr esta alcalinidad saludable incluyen:
- Alto consumo de frutas y verduras: Especialmente hortalizas de hoja verde, que se consideran altamente alcalinizantes.
- Limitar alimentos procesados: Reducir drásticamente el azúcar, la harina blanca, el café y el alcohol.
- Priorizar la hidratación: Beber suficiente agua pura es un hábito universalmente recomendado.
El caso del agua de mar
Dentro de este enfoque, el agua de mar ha emergido como el “súper-alcalinizante” más valorado por algunos entusiastas.
Quienes promueven el consumo de agua de mar (a menudo purificada, filtrada y consumida en pequeñas cantidades isotónicas) argumentan que está “primero en la lista” de elementos alcalinizantes naturales. Esta agua no solo posee un pH naturalmente alcalino, sino que también es rica en una amplia gama de minerales y oligoelementos que, según la teoría, nutren las células y contribuyen a un entorno interno balanceado. Para los seguidores, es el método más directo para introducir una poderosa alcalinidad en el sistema.
La perspectiva científica
Es importante señalar que la medicina convencional mantiene una postura crítica sobre las afirmaciones extremas de la dieta alcalina. Los expertos recuerdan que el cuerpo humano tiene sistemas extraordinariamente eficientes (principalmente los riñones y los pulmones) para mantener el pH de la sangre en un rango muy estrecho y vital (entre 7.35 y 7.45), independientemente de la dieta.
Si bien no hay evidencia científica sólida que demuestre que se pueda “curar” o prevenir enfermedades graves manipulando el pH de la sangre a través de la dieta, los expertos sí reconocen los beneficios inherentes de los hábitos alcalinizantes:
- Mejora nutricional: La dieta alcalina fomenta un consumo masivo de vegetales, frutas y agua, lo cual es innegablemente beneficioso para la salud general, el control de peso y la prevención de enfermedades crónicas.
- Reducción de procesados: Al limitar las carnes rojas, los lácteos y los alimentos ultraprocesados, se reduce la ingesta de grasas saturadas y sodio.
En resumen, aunque el concepto de que la dieta puede cambiar drásticamente el pH del cuerpo y por sí sola “curar” enfermedades sigue siendo un tema de controversia científica, los esfuerzos y hábitos que contribuyen a una alcalinidad saludable son, en la práctica, sinónimo de una dieta más limpia, más vegetal y mejor hidratada, lo que en sí mismo promueve una vida más saludable.
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