La Tarara, sí;
la Tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
(Federico García Lorca)
Tras una reunión de urgencia convocada por la Tarara para este lunes en Perpiñán, y después de dos años de amenazas de ruptura con el Gobierno de Pedro Sánchez, pretende la dirección de Junts escenificar la ruptura con quien les prometió el oro y el moro a cambio de los siete votos. Promesa de la que es evidente que solo se ha cumplido la segunda parte, pues Mohamed es el nombre mayoritario entre los recién nacidos en Cataluña.
La ruptura del pacto firmado en Bruselas en 2023 es algo obligatorio para quien considera traicionada su confianza por el incumplimiento de una promesa de amnistía total, que debería haber propiciado su regreso a Cataluña desde su Santa Elena particular, que debe de suponer ya sus ocho años en Waterloo.
Siendo evidente que no está en manos de Sánchez facilitar el regreso del fugado -y que este constituye el incumplimiento principal del pacto de Bruselas de 2023-, desde Junts también señalan como incumplimientos el traspaso de las competencias de inmigración, la oficialización del catalán en Europa, el traspaso de Rodalies, la depuración de jueces y fiscales implicados en el lawfare y la aprobación del nuevo sistema de financiación. Han pasado dos años y no han recibido oro ni siquiera de catorce quilates.
Las razones de tal comportamiento son muy evidentes. La Tarara se encuentra en una situación particularmente crítica. Su aislamiento en Bélgica le ha mantenido alejado de la realidad social que se vive hoy en Cataluña.
La independencia ha dejado de ser una prioridad para quienes señalan como principales problemas la vivienda, la inmigración y la inseguridad ciudadana. Es en este contexto donde Aliança Catalana, ese disparate secesionista, le ha adelantado por la derecha: el partido de la rústica Sílvia Orriols, es un populismo fratricida que está provocando una hemorragia mortal en la antigua Convergència, a la que acusa de servir a los intereses del Gobierno españolista.
Ay, Tarara loca,
mueve la cintura
para los muchachos
de las aceitunas.
Y en este clima de inestabilidad política -consecuencia de la inestabilidad emocional de esa Tarara que debe de andar harta ya de comer chocolate y beber cerveza con segunda fermentación en botella-, pretende escenificar la ruptura con Pedro Sánchez, dejando en manos de 6.500 militantes de Junts la decisión que la dirección no parece tener los bemoles de asumir. Un tipo de consulta que se ha convertido en práctica habitual entre los partidos secesionistas catalanes, que suelen delegar en sus bases las decisiones que pueden resultar impopulares.
No deja de resultar paradójico que sea la militancia de Junts la que participe en un paripé de alejamiento de Sánchez, pues bien sabe la Tarara que una moción de censura, de la mano de los populares y de Abascal, sería un harakiri que, por mucho que el independentismo se haya convertido en un rehén del inquilino de la Moncloa, dejaría a los amenazadores fuera del Congreso como resultado de las nuevas Generales. A todo esto hay que sumar que el hecho de que Sánchez no pueda aprobar los Presupuestos Generales del Estado no impedirá que permanezca al frente del Gobierno, por mucho que el tablero político aparente estar al borde del colapso.
Y así, mientras la Tarara enloquecida sigue bailando su danza entre Bruselas y Moncloa, la ciudadanía catalana baila esta canción de corro de origen sefardí y mira cómo gira el carrusel político al ritmo de una melodía que ya pocos escuchan. Porque al final, entre tanta farsa y tanto amago de ruptura, lo único que permanece inmóvil es el escenario: Sánchez sigue en su silla, y la Tarara, en Waterloo, mientras se desploma Junts, sigue llorando enajenada por un regreso que nunca llega.
Jean-Hippolyte Gondre.









