“Nada de insubordinación. Ahí tienes serrín en el rincón. Te di instrucciones precisas, ¿no es así? ¡Hágalo de pie, señor! Te voy a enseñar a comportarte como un embaucador. Si te pesco una huella en los pañales… ¡Ahá! Por Doran’s Ass, descubrirás que soy un buen capataz. Los pecados del pasado se levantan contra ti. Son muchos. Centenares.”
(Ulises, James Joyce)
Es la Tarara una lunática que no parece resignarse con facilidad a la pérdida de importancia que supone dejar de ser el centro de atención, y que ahora, entre suspiros y lamentaciones, comprobamos cómo una y otra vez pone de manifiesto una muy obscena ansia de protagonismo. Por lo demás, es el ejemplo de que la estabilidad democrática española se encuentra en una situación nunca antes vista, pues esta es rehén de un rehén de Pedro Sánchez, quien a su vez es rehén de su propio rehén: esa esencia del chantaje a la que amnistió para ser presidente del Gobierno.
En el octavo aniversario del gatillazo que supuso la delirante proclamación de independencia, la Tarara ha decidido saltar de la cama tras más de dos años de coitus interruptus, que no han dado el resultado esperado por el provinciano. Ayer, tras una reunión de urgencia en Perpiñán con la cúpula del partido, la Tarara decidió, respaldada por la mayoría, que el pacto con el Gobierno no da para más. Esta apreciación, y para que la ruptura de la díscola amante se oficialice, será sometida a la votación de 6.500 militantes mediante consulta telemática y, el jueves por la tarde, conoceremos —con absoluta probabilidad— el “no” de las niñas.
Con esta medida, neoconvergentes y socialistas pondrán fin a sus vis a vis mensuales en Suiza, esos encuentros clandestinos que se han realizado bajo la supervisión del celestino salvadoreño Francisco Galindo, verificador internacional que se hacía pasar por psicólogo experto en terapia de parejas. Así las cosas, la Tarara y sus muchachos de las aceitunas solo apoyarán en el Parlamento las iniciativas que consideren beneficiosas para Cataluña.
Y hasta aquí el recorrido que ha hecho público el clan de los secesionistas: una postura que, como viene siendo habitual, no es más que la exteriorización de unos actores que, representándose a sí mismos, no pueden dejar de parecernos derrotados y que, por mucho que estén empeñados en demostrar lo contrario, únicamente a los más tontos les puede parecer que esta medida los sitúa en una posición de ventaja.
No cabe duda de que la Tarara, compitiendo por mantener el papel de líder secesionista, ha demostrado una vez más una ausencia absoluta de talento personal y un déficit de capacidad política, cuando afirma: “El Gobierno podrá ocupar poltronas, pero no podrá aprobar Presupuestos, no podrá gobernar”. Así, ha anunciado un divorcio en el que, una vez más —como ya hiciera en el acuerdo prematrimonial—, no se cansa de intentar exprimir a su pareja: “Si algo nos cuadra, votaremos a favor, pero será poco, porque en Madrid nada es bueno para Cataluña”.
Eso sí, teniendo en cuenta que forzar unas elecciones anticipadas sería cavar su propia fosa, se desmarca de la posibilidad de una moción de censura cuando afirma: “No es la labor de Junts forzar que se convoquen elecciones en España”.
Desde el Gobierno, la puesta en escena de la Tarara arrastrando su bata de cola se ha asumido con la normalidad de quien ya lo esperaba, entendiendo que la loca se ha guardado mucho de cerrar la puerta: ha dado sus gritos, ha montado el número, pero, en el fondo, evita a toda costa cogerse del brazo de Abascal y secundar a Feijóo en una moción de censura que supondría la muerte del Ejecutivo.
En realidad, esta rabieta no cambia absolutamente nada. Ya hacía tiempo que Junts ejercía de oposición, tumbando iniciativas del Gobierno y situándose en las posiciones del PP y Vox. La relación siempre ha sido inestable. De ahí que nada parece indicar que Pedro Sánchez vaya a verse forzado a la disolución del Parlamento ni por una moción de censura ni por otra de confianza.
La Tarara, enloquecida, entre risas ajenas y lágrimas propias, sigue bailando la canción del chantaje eterno. Cambian los compases, pero no la melodía. Y mientras ella arrastra la falda entre las retamas y la hierbabuena, el país, resignado por su existencia, vuelve a acompañarla al son de unos versos que ya entonó en su día Jordi Pujol.
¡Qué coñazo!









