La práctica regular de ejercicio físico y una alimentación basada en el modelo mediterráneo se han consolidado como dos de las herramientas más efectivas para prevenir la fragilidad en las personas mayores. Este síndrome, asociado al avance de la edad, provoca un deterioro progresivo del organismo que reduce la autonomía y aumenta la vulnerabilidad ante enfermedades. Su impacto es significativo: afecta al 18% de los mayores de 65 años y puede alcanzar al 38% a partir de los 85.
Expertos en envejecimiento saludable insisten en que la adopción de hábitos de vida adecuados puede frenar la aparición de la fragilidad o incluso revertirla. Entre las medidas más respaldadas por la evidencia científica destacan la actividad física regular y una dieta rica en frutas, verduras, cereales integrales, pescado azul, frutos secos y aceite de oliva, así como un consumo moderado de azúcares, sal y productos procesados.
Alimentación y actividad física, claves de prevención
Los especialistas coinciden en que la correcta ingesta de proteínas —tanto de origen animal como vegetal— y de nutrientes como vitamina D, C y E, calcio u Omega-3 es esencial para sostener la masa muscular y la salud ósea. En los casos en los que la dieta no cubre los requerimientos diarios, recomiendan valorar la necesidad de suplementos nutricionales bajo supervisión profesional.
El ejercicio es el otro gran pilar. Las rutinas multicomponente, que combinan fuerza, resistencia, equilibrio y marcha, son las que mejor han demostrado su eficacia para reducir el riesgo de discapacidad y mejorar la funcionalidad. En esta línea, FontActiv ha impulsado una serie de vídeos con entrenamientos dirigidos por el especialista en actividad física Alberto Ortegón, que facilitan la incorporación de ejercicios seguros y adaptados al día a día de las personas mayores.
La fragilidad, además, mantiene un estrecho vínculo con el deterioro cognitivo, por lo que los profesionales de la salud aconsejan realizar cribados periódicos para detectarlo precozmente. Mantener una vida social activa, corregir déficits visuales o auditivos, evitar el tabaco y el alcohol y controlar patologías como diabetes, hipertensión o dislipemia son medidas complementarias para limitar la progresión del síndrome. En este contexto, la figura del cuidador adquiere un papel central como apoyo diario para promover y sostener estos hábitos saludables.
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