En la Tierra a martes, diciembre 23, 2025

El gran batacazo

Sería ingenuo tomarse a la ligera el alelamiento que conduce al PSOE hacia su autodestrucción. Los móviles que han llevado a Pedro Sánchez a elegir a Gallardo como candidato a la presidencia de Extremadura son, y seguirán siendo, indescifrables, por mucho que se pretenda justificarlos argumentando que era el candidato —y no el presidente del Gobierno— quien se la jugaba en estas elecciones. El catastrófico resultado obtenido por los socialistas —25 % y 18 escaños— solo puede interpretarse como el reflejo del rechazo que generan en una sociedad que ha dicho basta a la corrupción y al goteo permanente de denuncias que, por acoso sexual, han recaído sobre diferentes cargos del partido.

El presidente se implicó de lleno en la campaña de Gallardo con tres presencias —en los actos de apertura, central y cierre—, a las que habría que añadir una más en precampaña. Un despliegue que contrastó con la torpeza del Partido Popular, que cedió incomprensiblemente a los deseos de la feminista Guardiola para que el líder de la oposición asumiera un papel secundario, justo cuando los socialistas venían lastrados por la elección de un candidato imputado por el enchufe del autor de La Danza de las Chirimoyas en el conservatorio de Badajoz.

La excusa esgrimida por el PSOE, alegando que no había tiempo para cambiar de candidato, lo único que expone de forma definitiva es la inutilidad del aparato del partido en Ferraz. Resulta innegable que el chapapote de la política nacional, esta vez, ha tenido un impacto severo en la política local extremeña. Sin ser definitivo, sí constituye un aviso relevante: el peor resultado histórico del socialismo en Extremadura.

Por supuesto, Sánchez no va a caer porque en Extremadura se hayan obtenido 18 diputados; ni siquiera aunque hubieran sido 8, ni porque en las próximas elecciones de Aragón, Castilla y León o Andalucía el resultado vaya a ser igual de caótico. Es más, consta que algunos socialistas celebraron el resultado como un gran fracaso del PP. Conscientes de que Guardiola convocó con el único objetivo de lograr una mayoría absoluta, no solo consideran satisfactorio su resultado, sino que festejan que el PP se haya convertido en rehén de Vox. Un escenario que les permite señalar a Alberto Núñez Feijóo como un líder de chichinabo secuestrado por Santiago Abascal, y confiar en que, tanto en Extremadura como en las siguientes comunidades autónomas, las imposiciones de Vox a los gobiernos del PP reactiven el mensaje del miedo, la única palanca capaz de movilizar a ese segmento del votante socialista que, antes de dar su voto a Podemos, prefirió quedarse en casa.

Visto lo visto, nos atreveríamos a afirmar que los electores extremeños, por una vez, han sabido bien a quién votaban; que andan huérfanos de ilusiones y que una parte nada desdeñable aún es capaz de apreciar en su justo valor la ausencia de integridad moral y política de los partidos a los que se sienten afines. Tampoco debe pasarse por alto la desafortunada aportación de Núñez Feijóo, quien, no teniendo suficiente con haber tachado de analfabetos a los andaluces, se refirió a su candidata utilizando el apellido de su adversario. Esperemos que hoy no felicite la victoria de Guardiola llamándola Gallardo.

En definitiva, lo ocurrido en Extremadura no es un accidente electoral ni una anomalía estadística: es un síntoma. Un síntoma de desgaste profundo, de una política que ha sustituido la decencia por la resistencia numantina y la autocrítica por el cálculo frío. El PSOE no pierde porque la derecha gane, sino porque ha dejado de ofrecer algo reconocible a quienes un día confiaron en él. Y el PP, lejos de capitalizar el desmoronamiento ajeno, se empeña en dispararse al pie con una estrategia timorata, acomplejada y errática, incapaz de entender que el poder no se hereda por agotamiento del adversario.

Mientras tanto, los ciudadanos observan el espectáculo con una mezcla de hastío y resignación, conscientes de que se les pide votar no por convicción, sino por miedo; no por esperanza, sino por descarte. En ese escenario, el batacazo no es solo de un partido, sino de una forma de hacer política que confunde el control del relato con el control de la realidad. Y la realidad, terca y poco dada a consignas, acaba siempre pasando factura. Esta vez, al menos, lo ha hecho en las urnas. Veremos quién aprende algo de ello.

Seguiremos Informando…

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