En la Tierra a lunes, diciembre 29, 2025

EL DISCURSO DEL REY

Hay escenarios que hablan antes que las palabras. El Salón de las Columnas del Palacio Real volvió a ejercer de plató simbólico para el mensaje navideño de Felipe VI, cuidadosamente coreografiado: el monarca de pie, caminando con estudiada naturalidad; a la izquierda, las banderas de España y de Europa; a la derecha, un árbol de Navidad y un belén pulcro, sin pastores despistados ni ovejas descarriadas. Todo en su sitio. Solo faltó, en el centro exacto del encuadre, una bandera del Fútbol Club Barcelona y otra del Real Madrid Club de Fútbol para cerrar el círculo de consensos nacionales que jamás se discuten. El decorado, impecable; el guión, conocido.

Porque el rey volvió a recurrir al comodín preferido de la Casa: la Transición. Ese relato épico que se desempolva cada diciembre para recordarnos lo bien que lo hicimos, lo ejemplares que fuimos y lo agradecidos que debemos estar. La Transición como bálsamo, como mito fundacional, como explicación de todo. Y sí, es comprensible que el monarca esté especialmente agradecido a aquel proceso. Al fin y al cabo, como confesó Adolfo Suárez a Victoria Prego, si la monarquía se hubiera sometido a referéndum, jamás habría salido adelante. No es un detalle menor: es la base misma del edificio que hoy se nos presenta como incuestionable. Agradecer la Transición, en ese contexto, no es nostalgia: es instinto de supervivencia.

En el apartado social, el discurso no sorprendió. El rey habló de un “presente difícil” y un “futuro incierto” para la juventud española, con mención especial al problema de la vivienda, definido como “un obstáculo para los proyectos de tantos jóvenes”. Diagnóstico correcto, soluciones ausentes. Ni una idea, ni una propuesta, ni siquiera una vaga orientación. La vivienda aparece así como un fenómeno atmosférico: llueve caro, suben los alquileres, se encoge el horizonte vital, y nadie parece responsable. Resulta inevitable, eso sí, que al oyente se le crucen por la cabeza las imágenes de las hijas del rey, cuya principal preocupación inmobiliaria será, en todo caso, elegir ala del palacio. Cosas de la empatía institucional.

Más elocuentes fueron los silencios. No hubo una sola palabra sobre la ola de casos de acoso y violencia contra mujeres protagonizados por políticos socialistas en los últimos tiempos. Silencio absoluto. Como si el feminismo institucional tuviera horario de oficina o como si ciertos escándalos no merecieran entrar en el perímetro del mensaje real. En cambio, sí hubo tiempo para afirmar que “somos una sociedad solidaria”. La frase sonó especialmente afinada pocos días después de que Xavier García Albiol sacara pecho por dejar a cuatrocientos inmigrantes en la calle tras el desalojo del instituto B9 de Badalona, mientras sesenta de ellos, que no pudieron seguir el discurso del monarca, dormían bajo un puente. Solidaridad abstracta, calefacción retórica, mantita verbal para tapar una realidad que no cabe en el Salón de las Columnas.

El discurso también incluyó una advertencia contra los extremismos y los radicalismos, esa palabra comodín que sirve para todo y para nada. Resulta curioso escucharla cuando no hace tanto el rey posaba sonriente en un edificio de la Organización de las Naciones Unidas junto al terrorista rebanacuellos líder de Irán, régimen conocido precisamente por su moderación, su respeto a los derechos humanos y su afición a los unicornios. La condena al radicalismo, al parecer, es selectiva: depende de la alfombra, del contexto y del fotógrafo.

Y para rematar, las famosas “líneas rojas”. El rey aseguró que, para no volver a los errores del pasado, hay líneas que no deberíamos cruzar, aunque tuvo el detalle de no especificar cuáles. Tal vez sea una nueva versión del juego institucional: todos debemos saber a qué se refiere, pero nadie puede preguntarlo en voz alta. ¿Se trata de la unidad territorial? ¿De la forma de Estado? ¿De cuestionar determinados consensos heredados? ¿De votar lo que no conviene que se vote? Las líneas rojas, como los límites del decorado, están ahí para intuirlos, no para señalarlos.

Así, el mensaje volvió a cumplir su función principal: no molestar. Un discurso pulcro, medido, lleno de lugares comunes y silencios estratégicos. Un rey en movimiento que, en realidad, no se mueve del sitio. Un país retratado como una suma de buenas intenciones y problemas etéreos, sin responsables ni soluciones concretas. Y un decorado tan cuidadosamente equilibrado que casi se echa de menos, de verdad, la bandera del Barça y la del Madrid en el centro: al menos así, con la bandera del club catalán, habría denunciado la corrupción y el simbolismo habría sido completo y, por una vez, sinceramente plural.

El discurso del rey no fue una intervención política en el sentido estricto, pero sí fue profundamente ideológico en lo que decide recordar, agradecer, omitir y advertir. Como cada Navidad, se nos invitó a aplaudir el pasado, a resignarnos con el presente y a no hacer demasiadas preguntas sobre el futuro. Todo muy correcto. Todo muy solemne. Todo, una vez más, perfectamente coreografiado.

Jean Hyppolite Gondrè.

NOTICIAS RELACIONADAS

Relacionados Posts

Premiados de la XX edición de 'Los mejores de PR'

Noticias recientes

SUSCRÍBETE

Suscríbete a nuestro boletín y no te pierdas las noticias más relevantes y exclusivas.